(Foto: Presidencia).
(Foto: Presidencia).
Editorial El Comercio

Para entender qué tan mal se ve la situación en la que se ha metido el presidente no hay más que seguir la línea de las muy insatisfactorias explicaciones que dio al país al filo de la medianoche del jueves.

Así, el presidente nos dijo que él no tiene que ver con la empresa First Capital, más allá de haber sido subcontratado por ella para prestar una asesoría a en el 2012 para el proyecto H2Olmos, porque First Capital es propiedad de Gerardo Sepúlveda. Y que tampoco tiene que ver con lo que su empresa Westfield haya hecho mientras él era ministro de Toledo, porque durante ese lapso él dio la gestión y administración de la compañía a terceros. ¿Quién es el tercero que contrató con Odebrecht a nombre de Westfield? Gerardo Sepúlveda.

Solo cabe imaginar que es para la practicidad del señor Sepúlveda que ambas empresas compartían el mismo domicilio en Miami.

Considerando lo anterior, además del hambre que la mayoría absoluta del Congreso ha demostrado tenerle a este Gobierno desde el comienzo de las también muy serias presiones que las revelaciones de están poniendo sobre la lideresa de esta mayoría, tenemos que la crisis política que enfrenta el Perú difícilmente podría ser más severa.

En este contexto, quienes creemos que hoy más que nunca se debe privilegiar al país por encima de cualquier consideración de facción, solo podemos tomar un partido: el de las instituciones. Las instituciones –es decir, las reglas del juego– son lo que, al menos en los países con vocación de progreso, está más allá de las personas y las circunstancias, dando un cauce, un nivel de predictibilidad y una garantía de futuro, a todos los procesos nacionales, por muy serias que sean las crisis que estos contengan.

Son estas instituciones las que todos los peruanos de bien debemos concentrarnos en defender en esta hora de crisis nacional, poniendo en evidencia a todos aquellos pescadores de río revuelto que intenten saltárselas.

De esta forma, una institución clara a preservar es la del debido proceso.

¿Procede vacar al presidente? Pues que se determine según el proceso que manda la ley, el mismo que incluye su posibilidad de defensa en el Congreso. Que ha mentido, y muchas veces, está claro. Tendrá ahora que determinarse en el debate parlamentario –y con razones– si sus actos son de los que justifican la vacancia de un presidente y eso pasa, a su vez, por determinar de manera más clara cuáles fueron los servicios por los que Odebrecht pagó a First Capital y a Westfield, y en qué medida estas contrataciones pueden ser consideradas premios por –o incentivos para– decisiones tomadas por el presidente Kuczynski en torno de la empresa cuando era ministro.

Otras instituciones a preservar son las de la independencia de poderes y, especialmente, la autonomía de las entidades encargadas constitucionalmente de hacer valer la ley –el Ministerio Público, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional–. Sin ir más lejos, hemos visto ya presiones políticas muy claras (y obviamente dirigidas) desde el Congreso sobre el Ministerio Público. Todos tenemos que estar firmes en la defensa de la independencia de los fiscales para que las investigaciones del Caso Lavo Jato alcancen a quienes tengan que alcanzar y no acaben siendo una herramienta más del juego político.

También, desde luego, hay que proteger, en caso de vacancia o renuncia del presidente, la sucesión que establece la Constitución en su vicepresidente. Si el presidente renunciase o fuese vacado para acto seguido aparecer las presiones de renuncia sobre su vicepresidente, Martín Vizcarra, estaría muy claro que aquí no estamos viendo un acto de justicia y ley, sino una instrumentalización de los caminos de estas para intentar cortar un régimen que recibió un mandato popular de cinco años.

Nuestro país atraviesa una aguda crisis política que podría desbordarse y quienes lo priorizamos tenemos que protegerlo haciendo lo lógico ante cualquier amenaza de desborde: apuntar los bordes. Es decir, defender con todas nuestras fuerzas las reglas del juego; las instituciones. Ahora que todo lo demás parece incierto, estas reglas son lo que nos queda firme del Perú y son las que tienen que llevarlo, viable y fortalecido por la prueba, hacia el futuro que lo sigue esperando más allá de esta crisis.