Congresista de Peruanos por el Kambio cuestionaron los comentarios del vocero de Fuerza Popular, Carlos Tubino. (Foto: Archivo El Comercio)
Congresista de Peruanos por el Kambio cuestionaron los comentarios del vocero de Fuerza Popular, Carlos Tubino. (Foto: Archivo El Comercio)
Editorial El Comercio

Nadie diría que el Perú es un país reconocido por la solidez y consistencia de sus partidos políticos. Las últimas décadas han ofrecido amplia evidencia de lo contrario. Y, aun así, con una valla relativamente baja, no hay manera de plantearlo desde una perspectiva amable: es un espectáculo institucional particularmente triste el que brinda hoy Peruanos por el Kambio (PpK).

Es cierto que, si de evitar intereses personales y protagonismos desbordantes se trataba, el partido no se inició con el pie derecho. Su selección de nombre anunciaba desde el saque que, más que una coalición ideológica que compartía una visión del país, el partido era una amalgama de perfiles con trayectorias e intereses disímiles cuyo mayor punto en común era la adherencia al caudillo al que las iniciales del grupo se debían. En esto último no se diferenciaba demasiado de muchas otras aventuras políticas que también consiguieron llegar a la presidencia, pero la suerte del ex presidente Kuczynski evidenció aceleradamente las fracturas del grupo.

Los últimos acontecimientos en torno a PpK, de hecho, confirman que este ya no es el partido oficialista. Esta semana los parlamentarios Jorge Meléndez, Alberto Oliva y Janet Sánchez renunciaron a la agrupación política, pero mantuvieron su afiliación a la bancada. Las renuncias se dieron luego de que se filtrase una conversación vía WhatsApp del Comité Ejecutivo Nacional de PpK, en la que los congresistas Salvador Heresi (secretario general), Gilbert Violeta (presidente del partido) y su secretario nacional, Jorge Villacorta, parecen querer endilgar al presidente Martín Vizcarra y a la vicepresidenta Mercedes Araoz los cuestionamientos respecto a las finanzas de la campaña presidencial del 2016.

Pero la guerra de baja intensidad que se libra en el interior del grupo ya debería llegar a sus capítulos finales. El jueves, el renunciante congresista Meléndez, también vocero de la bancada, pidió a sus colegas parlamentarios marcar distancia oficial del partido que los llevó a su curul. “Nosotros vamos a tener que tomar una decisión colegiada en el interior de la bancada”, anunció entonces. A la fecha, siete legisladores que aún se consideran oficialistas –Jorge Meléndez, Carlos Bruce, Moisés Guía, Sergio Dávila, Mercedes Araoz, Alberto Oliva y Janet Sánchez– están a favor del deslinde con un partido que habría pasado a las filas de la oposición. Los únicos militantes del partido que quedan en la bancada son Violeta y Clemente Flores.

La veloz desintegración de PpK ha agarrado por sorpresa no solo a muchos de quienes apostaron por esta aventura política hace casi tres años, sino al propio marco institucional en el que deben moverse las agrupaciones. Después de todo, ¿qué análisis político serio resiste una situación en la que el partido de gobierno se desmarca a la vez de la bancada a la que dio origen y del propio mandatario al que, como parte de la fórmula presidencial, puso en el poder? Desavenencias ideológicas insalvables o algún evento dramático podrían en ocasiones explicar estos divorcios, pero este no es, claramente, el caso.

Se trata aquí, más bien, del sinceramiento de intereses que se articularon alrededor de una promesa presidencial personalista que ya no está presente. El espectáculo que deja a su paso PpK, finalmente, debe bien motivar a una reflexión que trasciende por largo a este grupo político y pone el foco en las condiciones que llevan –a este y otros partidos– a niveles de disfuncionalidad institucional insostenibles. Lo más grave es que, en el tránsito al descalabro progresivo de las fuerzas propias, la traición principal no es a los otros políticos que hoy miran de reojo a su antiguo compañero de andanzas, sino al ciudadano común que ve, una vez más, a su opción política debilitarse internamente hasta la irrelevancia.