(Ilustración: Victor Aguilar)
(Ilustración: Victor Aguilar)
Iván Alonso

Primero fue el presidente del banco central, Julio Velarde, el que anunció que la inversión privada estaría comenzando a crecer nuevamente. Después se pronunció la ministra de economía, Claudia Cooper, confirmando la recuperación. Las cifras de la inversión pública en el mes de setiembre también muestran un crecimiento significativo. Todo parece, pues, indicar que, luego de caer ininterrumpidamente por trece o catorce trimestres, la inversión está, por fin, dando la vuelta.

La caída de la inversión explica una parte importante de la desaceleración económica que hemos vivido en estos últimos tres años. De haberse mantenido constante la inversión al nivel al que llegó en el 2013, la economía habría crecido, año tras año, un punto porcentual adicional.

Pero la caída de la inversión era, en cierto modo, inevitable. Los temores suscitados por las ideas velasquistas que traía el ex presidente Humala, incluyendo el fallido intento de reestatización de la refinería de La Pampilla, no fueron tantos ni tan grandes como para impedir que la inversión alcanzara, en la primera mitad de su gobierno, su punto más alto, históricamente hablando. Más alto no solamente en términos absolutos, sino también en proporción al tamaño de la economía: cerca del 30% del producto bruto interno (PBI). En retrospectiva, parecería que los inversionistas sobreestimaron la expansión de la demanda, y al encontrarse posteriormente con un exceso de capacidad, tuvieron que pisar el freno. La caída de la inversión no sería más que una pausa necesaria para corregir los excesos del pasado.

Los intervencionistas de hoy, aquellos que creen que hay que “impulsar” la inversión para reactivar la economía, harían bien en recordar hasta qué punto esos excesos se debieron a las políticas intervencionistas del ayer. Tenemos actualmente, por ejemplo, un exceso de capacidad instalada en el sector eléctrico, lo que ha ocasionado una reducción significativa en los precios de la energía eléctrica en el mercado spot o mayorista, poniendo en duda, por ahora, la rentabilidad de las nuevas inversiones en plantas de generación. Ese exceso de capacidad es el resultado de la interferencia del estado y de los incentivos económicos indiscriminados que se dieron en determinado momento para la construcción de más centrales, como es el caso de las tarifas garantizadas para los proyectos de energías renovables.

Muchos economistas son de la opinión de que la caída de la inversión de estos años va a afectar nuestro potencial de crecimiento en el futuro, cosa que, creemos, no es necesariamente cierta. Pensar que la inversión podía seguir creciendo es desconocer que había y todavía hay excesos de capacidad, no solamente en el sector eléctrico. Los empresarios necesitan tiempo para identificar otros sectores donde puede ser rentable invertir, que son precisamente aquellos donde hace falta aumentar la capacidad de producción.

Aun así, la acumulación de capital no se ha detenido. Aunque la inversión haya caído, ha sido, sin embargo, más que suficiente para compensar el deterioro natural que sufren las fábricas, la maquinaria y la infraestructura con el paso del tiempo. Eso quiere decir que nuestra capacidad para producir todo tipo de bienes y servicios ha seguido aumentando. Y ahora que la inversión vuelve a crecer, debería aumentar más rápido todavía.