"De vuelta a la pasión", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
"De vuelta a la pasión", por Carlos Galdós. (Ilustración: José Carlos Chihuán Trevejo)
Carlos Galdós

Los últimos 30 años de mi vida me fui acostumbrando día a día a ser el raro de las reuniones sociales, el que nunca encajaba en el ‘grupo de los hombres’, el que se justificaba con alguna mentira cuando de armar equipo de fútbol en la chamba se trataba. “No, yo no juego porque tengo asma”. Cuando me presentaban a la familia de alguna enamorada, ante la típica pregunta del suegro: “¿y tú de qué equipo eres?”, yo respondía: “de ninguno, señor”. Por lo general, automáticamente recibía un “pero eso no puede ser, tienes que ser de algún equipo o seguro eres del otro equipo”. Me he comido tardes interminables en algún palco del Monumental, todo por acompañar a un cliente con el que quería hacer un negocio. Emprendimiento que se fue al agua por preguntar el nombre del jugador que acababa de meter el gol. 

Pero las cosas no siempre fueron así. Hasta los 12 años yo era un niño fanático del fútbol. Tuve mi álbum de España 82, el muñeco de Naranjito, los pósters coleccionables de los diarios de la época, faltaba al colegio para ver jugar a Perú, rompí un par de lunas en la quinta donde vivía jugando mete gol tapa, me sabía el nombre de todos los jugadores y en los almuerzos familiares yo hacía reír a mis tíos imitando a Tim, el futbolista brasileño que destacó como delantero y que luego se convirtió en entrenador de Brasil, Argentina y Perú. Todo eso hasta que poquito a poco el fútbol peruano se fue haciendo cada vez más mediocre y menos profesional. Para México 86 yo ya había colgado los chimpunes de seguir a Perú y año a año me fui molestando más y más con los jugadores, hasta que un día decidí no ilusionarme más y apagué la radio y la televisión los domingos por la tarde por salud emocional y mental. 

La primera vez que vi a Diego Rebagliati en la cabina de mi programa matutino en Radio Capital, después del “hola, qué tal” de rigor, en el acto le dije que yo lo iba a dejar ser, que se explayara todo lo que quisiera con el tema fútbol y mejor si su bloque lo convertía en monólogo, porque yo de fútbol no hablo. Educado como es, me dijo: “no hay problema, Carlos” y se despachó con sus 15 minutos de bloque deportivo. Día a día, entre saludos amables y uno que otro comentario para romper el hielo, notaba que cuando hablaba de la selección se registraba en Diego un cambio en su voz: pausas, silencios, cautela, pero sobre todo amor por el fútbol, algo obvio viniendo de un ex futbolista, luego dirigente de un club y hoy con hijos también entregados a ese deporte. Pasamos del ‘buenos días’ gentil al off the record sobre tal o cual jugador, partido o cualquier cosa relacionada con la selección. Un poco más en confianza comencé a interactuar con él al aire, opinar, leer la sección de deportes nuevamente y seguir sus sugerencias y recomendaciones sobre partidos locales y torneos extranjeros. Luego vinieron las apuestas en vivo y en directo, todas sugeridas por él y en todas perdió, aunque yo creo que se dejó ganar. Esa era su estrategia: devolverme al fútbol, reconciliarme con la pelota y la selección. 

Querido Diego, debo decirte que finalmente lo has logrado. Disfruto mucho el bloque de deportes del programa, disfruto verte con los nervios de punta los días que juega Perú y sobre todo el estado de mudez que te agarra al aire. Te queda muy bien el pantalón rojo que usas siempre un día antes de cada partido, como cábala, y la camiseta de Perú que un día me regalaste al aire, esa que te sacaste y yo creí que te ibas a quedar calato. Lo tenías todo calculado, llevabas otra debajo. Esa camiseta talla XXL que ahora me pongo cada vez que hay partido –y como hincha, siempre el día anterior– me recuerda que la tengo que usar. Gracias por compartir tu pasión conmigo, pasión que alguna vez fue mía también y hoy revive porque hay una selección que lo merece. 

Gracias, Diego Rebagliati, nos vemos el lunes para seguir al pie del cañón y por favor cámbiame la camiseta que me regalaste por una de mi talla porque la tuya me queda como carpa. 

Contenido Sugerido

Contenido GEC