Objetos voladores identificados
Objetos voladores identificados
Jaime Bedoya

La brutalidad de una agresión no es rival para el sutil poder insultante de la metáfora. Una pedrada en la cabeza es intento de asesinato. Un tortazo en la cara es blanda aproximación a una justicia lírica.

El proyectil de índole alimenticio —nabo, huevo, tomate, según escala evolutiva del agravio simbólico— ha sido el favorecido históricamente en lo que al encuentro forzado con un político se refiere. El primer registro del acto se remonta al Imperio romano, cuando Tito Flavio Vespasiano, en el año 63 d. C., fuera recibido con lluvia de nabos por una población descontenta con él. La continuidad del nabo al huevo, a la distancia, parece materialmente natural.
    
El huevo conlleva ventajas como munición: su peso y volumen, así como su virtuosa dualidad de fragilidad y solidez —que le permite estallar al impacto, impregnando a la víctima de un líquido viscoso— lo hacen la granada ideal, portátil y polisémica. Esto en virtud a las implicancias filosóficas de ser asaltado con un embrión en movimiento, sumándole al simbolismo de una mentada de madre geoespacial vaporosos matices genéticos [1].

Su más cercano competidor, el tomate, replica las bondades del huevo pero con un giro refrescantemente amable: el sabor, temperatura y consistencia de la fruta-hortaliza; además de sus cualidades en el tratamiento de infecciones del tracto urinario, lo cual implica una consideración a favor de la buena salud urológica del agraviado.

El salto cuantitativo al tortazo en la cara se atribuye a la primera película donde se da tal situación, la fundacional "Mr. Flip", de 1909. Desde ahí Oliver Hardy y Stan Laurel dieron cátedra al respecto, performance que ha llegado a rostros de personajes de la talla de Bill Gates y Rupert Murdoch; y, salvando las distancias y solidarizándose con la inocente torta forzada a participar en el acto, la cara de Fernando Olivera en 1999 [2].

Existen en el mundo organizaciones y personajes dedicados a asaltar con proyectiles no letales a los políticos. Es el caso de Al Pieda en los EE. UU., los Entartistes de Canadá, o el célebre lanzador de tortas Noël Godin. Y se habla de la reciente fundación en Lima del colectivo Tortas por el Pueblo (Topep), que se ha puesto por meta hacer inexistente la distancia entre la cara de los políticos peruanos y un inofensivo pastel de chantilly. Si bien se les desea suerte en su tarea, alguien debiera precisarles que hay otros objetos más agraviantes para ser lanzados a un candidato. 
Por ejemplo, otro candidato. La ofensa sería terrible.

[1]    Arnold Schwarzenegger, víctima célebre de huevazo mientras postulaba a gobernador en el 2003, tuvo una salida modélica al incidente. Luego de limpiarse los restos del proyectil declaró a la prensa que el sujeto que se lo había lanzando le “debía un par de lonjas de tocino”.
[2]    Cerrando el círculo inaugurado por el nabo de Vespasiano, en lo mejor de su peor momento, 2009, a Silvio Berlusconi le fue lanzada una réplica metálica en miniatura del Duomo de Milán. Le rompió la nariz, le voló los dientes y lo privó de sexo contractual con menores de edad a cambio de dinero durante meses.

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