(Foto: O Globo, Brasil / GDA)
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Bruna Fonseca de Barros

Durante la ceremonia de afiliación al Partido Social Liberal (PSL), el candidato presidencial empezó su presentación formulando aquella pregunta que muchos fuera de Brasil aspiran a comprender: “¿Quién es Bolsonaro?”. Antes de responder a su pregunta retórica, un fuerte grito de “¡Bolsonaro es el Mesías!” resonó en la sala abarrotada de partidarios emocionados. A pesar del juego de palabras (Messias es su segundo nombre), no hay duda de que su figura representa, para parte del electorado brasileño, la de un “salvador”. Sin el ex presidente en la disputa electoral, Bolsonaro es quien lidera las encuestas con el 17% de las intenciones de voto, según el Ibope.

Jair Messias Bolsonaro fue bautizado así a partir de una mezcla de dos pasiones: el fútbol y la religión. Su primer nombre –elección del padre bohemio– hace homenaje a un jugador del antiguo Palestra paulista. ‘Messias’, en cambio, fue exigencia de la madre, una católica fervorosa. Militar de reserva, Bolsonaro cumple su séptimo mandato como diputado federal, a los que suma 27 años de carrera política y apenas dos proyectos de ley aprobados (según el “Portal do Estado de S. Paulo”).

Aunque por su experiencia está lejos de ser un ‘outsider’, Bolsonaro se presenta como una alternativa al ‘establishment’ (Partido de los Trabajadores o PT y Partido Social Democrático Brasileño o PSDB). En el discurso, además, no escapa de comparaciones con el presidente estadounidense, . Las pautas defendidas por ambos son similares: legalización del uso de armas, cierre de fronteras y protección contra el avance de empresas chinas. Mientras Trump utiliza el conocido “Make America Great Again”, Bolsonaro adoptó el eslogan “ por encima de todo, Dios por encima de todos”. Como Trump, además, Bolsonaro hace uso extensivo de las redes sociales y ataca a los medios ‘mainstream’, al mismo tiempo que abusa de las ‘fake news’.

Desde el inicio de su carrera política, Bolsonaro ha estado en la polémica. En un discurso de 1995, por ejemplo, alabó al ex presidente Alberto Fujimori por su coraje al implementar “la esterilización voluntaria” de mujeres en el Perú. También dijo que el chileno Augusto Pinochet “debería haber matado a más gente”. Y así, los ejemplos se apilan. No obstante, en la actualidad, su repertorio gira en torno al machismo, al racismo y a la homofobia. Frases como “prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un tipo con bigotes”, “no te violo porque no te lo mereces” (refiriéndose a una diputada del PT), “no sirven ni para procrear” (sobre la comunidad afrodescendiente quilombola), fueron apenas algunas de sus perlas discursivas recientes. Ni siquiera su hija logró escapar de su metralleta retórica. Jactándose de los cinco hijos que tuvo en tres matrimonios, Bolsonaro ha afirmado: “Fueron cuatro hombres; ahí, en el quinto, yo fallé y vino una mujer”.

Sus seguidores, por otro lado, son conocidos por los críticos como ‘bolsominions’ o ‘bolsonazis’. Según encuestas realizadas por Datafolha, el candidato del PSL tiene el mejor desempeño entre el electorado masculino, joven, con enseñanza superior y apartidista. Si en el inicio de su carrera Bolsonaro se enfocaba en temas militares, con el tiempo capitalizó el ‘antipetismo’. Invitó a Janaína Paschoal, una de las autoras del ‘impeachment’ contra la ex presidenta Dilma Rousseff, como su candidata a vicepresidenta. En una convención, Bolsonaro también afirmó que “la única forma de que nuestra bandera se vuelva roja es con mi sangre”, en alusión al color del PT. Además, sus propuestas se enfocan en soluciones ‘fast food’ a temas complejos, entre ellos uno que no ha sido abordado satisfactoriamente por sus rivales: la inseguridad pública. De igual manera, Bolsonaro se ha preocupado por conquistar a las élites económicas que participaron activamente en las campañas para destituir a Rousseff. El candidato suele frecuentar encuentros con empresarios, a los que acude siempre acompañado por su coordinador económico, un conocido economista neoliberal, y ha repetido que no entiende nada de economía, pero que armará un ‘dream team’ que salvará a Brasil de la crisis.

Nos equivocamos si reducimos a los bolsonaristas a un grupo de ‘trolls fachos’. Los sentimientos que mueven a este grupo –como la pérdida de privilegios, la búsqueda de un líder limpio, o la desafección política (Bolsonaro no enfrenta procesos de corrupción y ha estado en partidos de poca expresión)–, sumados al conservadurismo, son compartidos por gran parte de la población. En una sociedad de corazones incomprendidos, algunas preferencias pueden ser riesgosas. Como bien tradujo el artista Cazuza en una canción: “Mi partido es un corazón partido”. Bolsonaro representa el efecto y no la causa de una democracia agonizante.