(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Natalia Majluf

A ocho años (y ocho ministros, como hace poco señalaba un columnista) de su creación, el Ministerio de Cultura parece no haber logrado todavía un verdadero liderazgo del sector. Gran parte de los problemas que afectan su gestión tienen su origen en lo que muchos consideramos una estructura poco equilibrada, con un Viceministerio de Patrimonio e Industrias Culturales que concentra la mayor parte de la gestión, y un Viceministerio de la Interculturalidad que tiene pocas dependencias.  

La propia distribución gráfica del organigrama del ministerio revela ese desbalance, que se hace aún más evidente cuando se toma en cuenta que el asunto de la consulta previa podría manejarse mejor desde la Presidencia del Consejo de Ministros. Mientras se vuelve a pensar seriamente esa estructura, es indispensable avanzar hacia la definición de una agenda para el sector, más allá de retos genéricos como la profesionalización, el establecimiento de una carrera pública y políticas consensuadas de mediano y largo plazo.  

Esa agenda es clave, pues si el organigrama no puede ser intervenido de inmediato, entonces una mejor definición de prioridades podría contribuir a equilibrar las cosas. Esto pasa por comprender que la elaboración de un programa serio de preservación del patrimonio cultural no puede esperar más. Y lo evidente no siempre lo es. El asunto del patrimonio no solo no ha estado en el centro del discurso oficial, sino que ha quedado seriamente relegado. El Estado tiene una deuda pendiente frente a la conservación de sitios arqueológicos, monumentos históricos, colecciones documentales, bibliográficas y artísticas, que existen en la precariedad o han sido sistemáticamente depredadas (en muchos casos por funcionarios que permanecen impunes).  

Hay que dejar atrás esas declaratorias de papel que nombran “patrimonio” a todo lo que nos rodea, desde el pollo a la brasa a músicos contemporáneos (pero que se saltan aspectos claves de la historia y la cultura moderna), para privilegiar un trabajo que tenga objetivos concretos. Se requiere un liderazgo más proactivo. El Ministerio de Cultura no ha asumido hasta ahora la iniciativa necesaria para redefinir su papel en temas claves como son los procesos de desarrollo urbano, la conservación de paisajes culturales (no se ha manifestado en el Caso Chinchero, por ejemplo), la mejora de la calidad arquitectónica, entre muchos otros asuntos que necesitan repensarse con urgencia. 

Pero para lograr esto es necesario asumir algo que rara vez se admite: que, en muchos campos, el ministerio no cuenta con la información y el conocimiento necesario para orientar al sector. Solo si se cobra conciencia de las fallas del sistema podemos empezar a construir un futuro diferente. El hecho mismo de que no exista una dirección de conservación en el ministerio –e incluso que no haya profesionales de la conservación con título de posgrado en la institución– dice mucho de la gravedad de la situación y de las limitaciones que enfrenta el ministerio para cumplir sus objetivos esenciales.  

Tenemos, en efecto, una demanda insatisfecha de profesionales capacitados a nivel de posgrado en carreras relacionadas con la gestión del patrimonio, como son la legislación comparada, la arqueología, la historia del arte, la curaduría y, especialmente, la conservación, restauración y gestión de colecciones. Tomará al menos una década formar a los profesionales suficientes para transformar el sector y darle viabilidad al ministerio. Entre tanto, es posible apoyarse en los académicos e investigadores que, desde la sociedad, vienen aportando día a día al conocimiento de la historia cultural del país, o recuperar también las comisiones especializadas asesoras que hace años dejaron de funcionar.  

Y esto nos conduce al tema de la integración del ministerio a la vida cultural del país. Es indispensable comprender que el ministerio no tiene como fin administrarse a sí mismo. La cultura no se produce desde el Estado. Por ello, el ministerio debe insertarse socialmente, tender puentes con los diversos actores y productores de la cultura, con las universidades, las organizaciones de la sociedad civil y los gremios profesionales. En la misma línea, es indispensable que se asuma una mejor comprensión del trabajo intersectorial. El Ministerio de Cultura es clave para la promoción del país en el exterior, para el turismo y, sobre todo, para la educación. Debe, por ello, tener una mayor presencia en el desarrollo de esos ministerios. 

Pero el presupuesto no alcanza. Es indispensable y urgente que esta situación cambie. El plan de trabajo con que fue elegido el gobierno que hoy preside Martín Vizcarra prometía aumentar la inversión en cultura al 1% del presupuesto nacional. Hoy, a escasos tres años de cumplirse el quinquenio, se encuentra en apenas un tercio de esa meta. Si valoramos el patrimonio cultural del país tanto como anuncia al mundo de forma tan efectiva Prom-Perú, entonces tenemos que demostrarlo de manera concreta: con dinero.  

Definición de prioridades, profesionalización, conocimiento, integración con la sociedad, recursos. Estas son las claves que permitirán al ministerio enfrentar los temas pendientes, que son muchos y cruciales. Es imposible hacer una lista aquí, pero esas necesidades incluyen la proyección de programas de apoyo a la creación contemporánea, la documentación de la historia cultural, un sistema de conservación de alcance nacional, un diseño de gestión que fortalezca las direcciones regionales, un verdadero plan nacional de museos y colecciones, un trabajo profesional que permita transformar el Museo Nacional de Arqueología (MUNA) de una carcasa de concreto en una verdadera institución, un programa de descentralización de colecciones, un sistema de bibliotecas públicas… La lista es larga y los recursos claramente insuficientes.  

Cuando se creó el ministerio muchos pensamos que empezaba un nuevo capítulo, que se abría una etapa de crecimiento y de reconocimiento a la importancia del sector. Esto no ha sucedido. Y hoy, más que nunca, se necesita convencer a la clase política, al Ministerio de Economía y a la ciudadanía de la impostergable necesidad de darle el soporte necesario al Ministerio de Cultura para que pueda cumplir su misión. De eso depende nada menos que la sostenibilidad de la industria turística, el avance hacia un sistema educativo integral y la mejora de la calidad de vida en el país.  

* La autora es directora del Museo de Arte de Lima.