Andrés Figallo

El ya está sobre nosotros y pone sobre el tapete las carencias crónicas que tienen las ciudades costeras en el . Dos de ellas son la deficiente planificación urbana y la falta de agua potable en una región de por sí árida.

Así, de acuerdo con los modelos climatológicos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático –IPCC, por sus siglas en inglés–, es altamente probable que la costa del Perú experimente temperaturas elevadas por períodos más prolongados y vea disminuir el caudal en sus ríos en las próximas décadas. No solo eso, sino que los extremos de temperatura se vivirán con mayor dureza en las zonas urbanas, convertidas en islas de concreto que almacenan el calor.

Ante un escenario que prevé ciudades con escasez de agua y con olas de calor que prometen azotarlas de manera cada vez más inclemente, ¿cómo podemos construir más y mejores que contribuyan a hacer algo más llevadero el calentamiento global?

Como es de imaginarse, universalizar el acceso al agua potable, arborizar masivamente las ciudades y aumentar la proporción de áreas verdes y públicas es una labor titánica que supone enfrentar problemas de fondo. Sin embargo, se pueden ir implementando soluciones probadas, tecnológicamente viables, baratas y sostenibles que tendrían un impacto en el corto y mediano plazo. Aquí propongo brevemente tres:

La primera, y tal vez la más desafiante tarea en términos culturales, trata de repensar los paisajes urbanos. Dejar de tomar como referencia los grandes parques propios de zonas lluviosas que se han enquistado en nuestro imaginario. Esos parques con árboles altos y explanadas de césped verde que vemos normalmente en las películas. En su lugar, podemos imaginarnos un espacio más parecido a un bosque de huarangos y suculentas, uno que se vincule con los ciclos hídricos propios de zonas áridas. Afortunadamente, no estamos solos en esta tarea, otras ciudades desérticas alrededor del mundo, como Riad en Arabia Saudita y Phoenix en Estados Unidos ya están planteando propuestas replicables al respecto.

La segunda solución va de la mano con la primera. Es importante llenar los viveros con árboles nativos que consuman poca agua y se adapten a las altas temperaturas propias de los desiertos costeros, a la vez que nos brinden sombra y nos regalen imágenes urbanas más amigables que solo pistas y concreto. Si bien el Servicio de Parques (Serpar) ya ha hecho suya esta iniciativa, la velocidad de avance es insuficiente, teniendo en cuenta que ciudades como Lima tienen tan solo 3,1 metros cuadrados de áreas verdes por cada habitante, mientras que la Organización Mundial de la Salud recomienda al menos nueve metros cuadrados.

La tercera solución enfrenta el problema de la necesidad de agua para las áreas verdes a través de aumentar el tratamiento de aguas residuales y buscar nuevas fuentes. Ciertamente, contar con parques adaptados a la aridez reduciría la presión por contar con abundante agua para el riego, pero aun así algo se requiere. Por ejemplo, una opción que viene cobrando fuerza son los atrapanieblas, mallas que se ubican en las laderas de los cerros y que atrapan la humedad proveniente de las nubes bajas, condensando y convirtiéndola en agua líquida. Para tener una idea, un panel de 20 metros cuadrados recoge alrededor de 300 litros de agua al día.

Enfrentar los desafíos del cambio climático en nuestras ciudades costeras del Perú exige retomar las riendas de la planificación urbana y una firme decisión política de las autoridades. Estas deben asumir su responsabilidad con urgencia, liderando el camino hacia ciudades más resilientes y sostenibles para salvaguardar la calidad de vida de la población. Pongamos manos a la obra; pensemos otro paisaje para la ciudad.

Andrés Figallo es sociólogo