Adicto al Pokémon, por Carlos Galdós
Adicto al Pokémon, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

Voy a comenzar estas líneas declarándome adicto al Pokémon Go. Así es. Lo acepto, reconozco que tengo un problema serio y necesito ayuda. Desde chupar limón con sal a los 8 años de edad, pasando por mi compulsiva ingesta de chocolates yo-yo, esta es la tercera vez en mi vida que me pego a algo y no sé qué es lo que me pueda pasar.

Ya mi psicóloga, entre broma y broma, me había advertido del jueguito y mi relación obsesivo-compulsiva con algunos estímulos externos. Es más, su sugerencia tajante fue: “Cuando llegue el Pokémon, mejor ni te bajes la aplicación”, lo que inmediatamente generó una risotada mía. Le respondí que lo veía difícil, porque mientras todos se enviciaron con jueguitos de celulares como Snake y Candy Crush, yo me mantuve limpio y sobrio. “Esto es diferente, mejor ten cuidado”, sentenció mi terapeuta.

La llegada al Perú de la aplicación estaba prevista para este fin de semana, pero se adelantó al miércoles por la tarde. De pronto, todo el mundo en Facebook y Twitter anunciaba la noticia más esperada del año (como si no nos hicieran falta tantas otras verdaderas buenas noticias). Reflexiones aparte, ni bien me enteré, me creé una cuenta de Gmail y exactamente desde las 5:23 p.m. del miércoles 3 de agosto me he convertido en un perfecto zombie estupidizado que está pegado a la pantalla de su celular atrapando pokémones por toda la ciudad.

Ni bien descargué el jueguito, en el acto capturé mi primer ‘mostrito’ en la clínica El Golf, exactamente en un mural en la zona de pediatría. Entré allí como si se tratara de mi casa, me paré frente a la pared y ¡listo! Una enfermera me preguntó si estaba bien y, al verme tan concentrado, prácticamente ensimismado, me dijo: “Señor, psiquiatría está en el quinto piso”.

Inmediatamente después me fui corriendo a la estación Canaval y Moreyra del Metropolitanao, porque quería recargar municiones. En el camino, tres señores en distintos semáforos me mentaron la madre desde sus autos por quedarme pegado en plena luz verde. Mientras todo esto ocurría, mi teléfono no había parado de sonar. Eran las ocho de la noche y me había olvidado de recoger a mi hija de la casa de una amiguita en el malecón Cisneros. La mamá me recibió con una cara más larga que la de Luz Salgado el día de la juramentación de PPK. “Quedamos a las seis, Cristina ya tiene que dormir”, recibí como sermón. “Mil disculpas, es que me distraje atrapando pokémones”, alcancé a decir. Saqué mi celular para enseñarle de qué trataba todo esto y de pronto ¡apareció un pokémon a la vista! “¿Puedo entrar a tu casa? Es que hay un Squirtle adentro!”.

Me metí sin esperar una respuesta. El maldito bicho se había escondido en el baño del cuarto principal, pero yo no me dejé y lo chapé. Un par de horas después recibí la llamada telefónica de mi ex esposa, quien no dudó en dejarme saber que era un irresponsable por no recoger a nuestra hija a tiempo y que qué diablos me estaba pasando, que cómo se me ocurría encima de llegar tarde meterme al baño de una casa ajena sin pedir permiso y encima en el cuarto de los papás de la amiguita de mi hija.

En lo que va de la semana me he peleado con mi ex esposa y con la actual también. Me he tropezado cuatro veces en la calle, tengo dos moretones en la rodilla, no le he contestado el teléfono a mi mamá y tampoco la llamé a saludarla por su cumpleaños. Creo que voy a tomar vacaciones para dedicarme íntegramente a jugar Pokémon Go, así que si no ven esta columna la próxima semana, ya saben a qué se debe.

P.D. ¿Saben dónde encuentro un Articuno?

Esta columna fue publicada el 6 de agosto del 2016 en la revista Somos.