Déjenme llorar en paz, por Carlos Galdós
Déjenme llorar en paz, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

Los últimos 15 días los he pasado conviviendo con la muerte, la pena y el dolor. Una de las experiencias más duras que me ha tocados vivir ha sido estar horas de horas sentado en una salita de espera mirando fijamente la puerta de la Unidad de Cuidados Intensivos, esperando que se abra y salga el doctor con alguna noticia. A mi lado, unas cuantas personas igual de angustiadas esperaban novedades de los suyos. Quien invento el dicho “la espera desespera” seguro se refería a este momento.

Quince días son demasiados para despedirse, pero a lo mejor eran los necesarios para ordenar la familia. He visto frente a mis ojos abrazarse a familiares peleados irreconciliablemente. Hijos llegar presurosos del extranjero para tomar por última vez la mano del papá entubado. Esposas, ex esposas y amantes llorar juntas. Caras de preocupación frente a la pregunta del médico si procede o no con la intervención que costará sabe Dios cuántos miles de dólares y que justo en ese caso el seguro no cubre.

Ese pequeño espacio de espera con unas cuantas revistas viejas, una máquina de café y un bidón de agua sin vasitos descartables es lo más parecido a uno de esos programas de televisión donde las emociones se viven como una montaña rusa. Lloras porque esperas lo peor, y de pronto todo se llena de alegría, aunque sea ajena, porque el familiar de la señora de al lado salió del coma. Entonces nos abrazamos todos, propios y extraños. De pronto divisas a lo lejos por el pasillo que llega alguien al que no veías en años. Tu primo viene de Madrid solo para despedirse, pues alguien le aviso que mi tía no estaba nadita bien. Y mientras tanto, yo solo quiero que me concedan el sueño de poderla abrazar una vez más.

Como si todo lo anterior fuera poco, el remate, el punto sobre la i, es cuando luego de recibida la noticia del desenlace fatal uno no sabe qué hacer. La muerte como noticia entra por tus pies y te va enfriando todo el cuerpo. Sientes frío, mucho frío, luego te aturdes, las voces y las personas a tu alrededor quedan en segundo plano, se activa la película con los mejores momentos con ese ser querido y van cayendo una a una las lágrimas de tus ojos. Un pequeño mareo te obliga a estirar la mano y aceptar ese vasito de café de quien tienes al lado. Aún no asimilas nada, simplemente no lo entiendes. Escuchas la explicación del especialista y por impulso vas al encuentro de tu muerto. Le tomas la mano, le lloras en el pecho, lo besas, y ese aparatito que indica los latidos de su corazón suena tal cual como lo viste siempre en las películas: tiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Una línea infinita en el monitor termina de confirmarte lo que aún no puedes creer.

Luego, por arte de magia aparecerán como buitres unos asesores de sepelio con su catálogo de fotos como si la muerte se tratara de un desfile de modas. “¿Qué tipo de servicio quiere? Tenemos sepelios VIP, Convencional y Económico. ¿Prefiere una carroza Mercedes-Benz o Cadillac? ¿un cajón de cedro o de caoba? Las flores son más baratas si las compra en el Estadio Nacional. ¿Qué ponemos en el aviso del periódico? ¿Participamos a todos los amigos? ¿Lo van a enterrar o cremar? Usted no se preocupe, que nosotros nos encargamos de todo y lo vamos a acompañar en este momento de dolor. No se olvide que por Essalud tiene derecho a 2.700 soles por sepelio y por su AFP le corresponden como 5 mil soles. La iglesia Virgen de Fátima es la que está de moda para velar a su familiar. Dígame, señor, ¿qué quiere?”, escucho casi sin interrupciones. Solo atino a responder: “Quiero que te calles y me dejes llorar en paz”.

Esta columna fue publicada el 8 de octubre del 2016 en la revista Somos.