Diego Macera

Imaginemos el caso de Carlos, un joven peruano de 23 años que terminará el próximo año su carrera técnica. Él tuvo la mala suerte de empezar los cursos justo en los momentos en los que el país se paralizaba a causa de la pandemia del . Por disposiciones del Ministerio de Salud, perdió casi dos años de clases (el cierre de centros educativos más largo e injustificado de esta parte del mundo) y por su especialidad, además, era imposible tener sesiones virtuales. Él siempre ha sido una persona trabajadora y aplicada, pero durante ese tiempo tampoco encontró más que eventuales mal remunerados.

En cierto sentido, Carlos y su generación crecieron en un Perú diferente. Desde que tiene uso de razón –o, más precisamente, desde el 2004– el Perú creció siempre por encima del promedio de la región (con excepción del 2020, que fue un año particular en todo el mundo por la pandemia). La tasa de pobreza se reducía, la clase media se ensanchaba y, a pesar de que la informalidad laboral seguía alta, los ingresos por trabajo subían de manera significativa. Se notaba el crecimiento y las mejoras en Lima y, sobre todo, fuera de Lima. Carlos, en general, tuvo una niñez mucho más cómoda que la que tuvieron sus padres tres décadas antes.

Eso quizá le dio a él, y a varios mayores también, cierto sentido de confianza y optimismo en que el Perú solo podía seguir yendo para arriba. ¿Cómo podía acabarse la viada? Y si por ahí alguna inversión minera era bloqueada con violencia, un centro comercial ya listo no podía operar por un permiso municipal absurdo, la regulación laboral se hacía más dura para los pocos formales, o las obras de irrigación necesarias para impulsar la agroexportación nunca se completaban, daba un poco igual. Ya habría más trabajo en otra empresa; los baches eran temporales.

Pero Carlos ya no está tan seguro de esto. Fuera de la pandemia, el 2022 fue la primera vez en 18 años en que el Perú creció menos que el resto de la región (2,7% vs. 3,9%). Cortamos una gran racha. Y, lo que es peor, para este año la figura muy posiblemente se repetirá. América Latina y el Caribe crecerían a tasas cercanas al 1,6% en el 2023 (ya de por sí mediocres); el Perú, según los últimos estimados, estaría por debajo de eso. El ingreso real por trabajo todavía no vuelve a los niveles previos a la pandemia y han pasado ya más de tres años. Los jóvenes se han llevado la peor parte.

Por supuesto, la pandemia fue un golpe muy duro para la economía. Pero a esta le siguió un período de alta inflación global y, sobre todo, la lamentable administración del expresidente Pedro Castillo, que hundió las expectativas de la economía a niveles de los que aún no logran levantarse. Si se le suman los efectos de las protestas de inicio de año y la ausencia de nuevos proyectos mineros, el contexto estaba dado para la estrepitosa caída de la inversión privada que se vio en el primer trimestre de 12%. Así, entre enero y mayo de este año, la producción del Perú ha sido 0,5% menor que la del mismo período el año pasado. Lo más probable es que, para la primera mitad del 2023, el crecimiento del PBI sea nulo o incluso ligeramente negativo.

No hay, pues, ya ningún espacio para la complacencia ni garantías de que el Perú volverá a crecer por encima del promedio regional. No hay mandato divino que nos lo garantice. Las nuevas generaciones no han visto lo que es crecer por varios años a tasas casi nulas o negativas, y las generaciones más veteranas lo pueden haber olvidado a fuerza de hábito. Esta tendencia al deterioro solo se corregirá con reformas sensatas, predictibilidad, inversión y trabajo, no con más incertidumbre y caos.

Carlos empieza a entender que a lo mejor ese piloto automático del que le hablaron por años nunca estuvo ahí; el carro había que empujarlo entre todos, y seguir empujando.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Diego Macera es director del Instituto Peruano de Economía (IPE)