Mata, devasta familias, estropea comunidades. En años recientes, el abuso de la heroína y otros opioides se ha vuelto una crisis de proporciones mayores en Estados Unidos. En la medida en que el consumo de opioides se extienda alrededor del mundo y aprendamos de la experiencia estadounidense, podremos reducir de manera importante el daño que causa.
Hace dos semanas, el “New York Times” documentó en primera plana la gravedad de la crisis. Las muertes por causa de sobredosis de drogas en EE.UU. se han disparado de manera exponencial. En el 2016 murieron hasta 65.000 personas por esa causa, el mayor incremento anual jamás registrado. Hace 15 años, fallecieron alrededor de 18.000 personas por sobredosis; en 1990, menos de 10.000 individuos fallecieron de esa forma. Hoy es la causa principal de muertes entre estadounidenses menores de 50 años.
Este patrón es consistente con la sorprendente investigación del premio Nobel en Economía Angus Deaton y su colega Anne Case. Hace dos años encontraron que, después de continuas mejoras durante décadas en la expectativa de vida en EE.UU., la mortalidad de los estadounidenses de raza blanca y de edad media empezó a incrementar notablemente en años recientes. Las causas sociales son complejas, pero entre las causas próximas está la sobredosis de drogas.
La crisis que vive EE.UU. es peor de lo que indica Deaton, pues no solo aflige a individuos sin educación universitaria y con pobres perspectivas de trabajo, que era el enfoque de su estudio. Aflige también a la clase media y a profesionales en todo tipo de carreras.
¿Qué está sucediendo? La narrativa más común explica que las empresas farmacéuticas y la profesión médica desde años estimularon el abrupto incremento en la prescripción de opioides, lo cual provocó el aumento del abuso y sobredosis de esas drogas. También generó tardíamente políticas gubernamentales para reducir el acceso a opioides y así contrarrestar su consumo.
La realidad, sin embargo, es más compleja. Analgésicos poderosos como OxyContin han mejorado las vidas de millones de personas de manera legítima. Como muchas drogas, también se puede abusar de ellas. A medida que el abuso de tales opioides recetados aumentaba, el gobierno federal empezó a restringir y criminalizar su uso excesivo.
Esta respuesta tuvo un efecto predecible pero trágico. La restricción de opioides recetados redujo su oferta legal y aumentó su precio en el mercado negro. Fomentó el consumo de la heroína, más barata en el mercado negro. Un 81% de consumidores nuevos de heroína previamente abusó de drogas legalmente recetadas.
Cuando se prohíbe un bien de alta demanda no se elimina su uso, sino que se crea un mercado ilícito como el de la heroína. Ese es el problema que el Gobierno Estadounidense ha creado. En gran medida, la crisis de sobredosis de opioides se debe a las malas políticas del Estado. Y uno de los grandes problemas de los mercados negros es que no se puede recurrir al sistema judicial o a controles de calidad o de contrato, como ocurre en el mercado lícito. Es difícil y frecuentemente imposible estar seguro de la potencia y pureza de la droga comprada en el mercado ilícito. Las muertes por sobredosis se deben en gran medida precisamente al hecho de que las drogas se trafican en el mercado negro.
Ahora que el Perú y otros países latinoamericanos recientemente han aprobado el uso de opioides, deberían evitar la mala experiencia estadounidense. Mucho mejor sería seguir políticas que han sido exitosas en algunos países europeos donde han logrado reducir el daño de las drogas al proveer legalmente heroína farmacéutica, por ejemplo, y repuesto así las vidas de muchos adictos. Al no criminalizar el problema del abuso, evitaremos tantas tragedias y lágrimas innecesarias.