"Una de las transformaciones sociales imprescindibles para lograr la igualdad de género es la 'domesticación' del hombre". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
"Una de las transformaciones sociales imprescindibles para lograr la igualdad de género es la 'domesticación' del hombre". (Ilustración: Rolando Pinillos Romero)
Javier Díaz-Albertini

Una de las transformaciones sociales imprescindibles para lograr la igualdad de género es la “domesticación” del hombre. Es decir, la necesidad de que se involucre plenamente en la dinámica doméstica. Esto incluye la crianza de hijos, el mantenimiento de la vivienda, la preparación de alimentos, la gestión del hogar, etc.

La rápida incorporación de la mujer en el empleo remunerado fue uno de los cambios profundos de la segunda mitad del siglo XX. El crecimiento de la economía y la expansión del consumo propiciaron la búsqueda de mayores ingresos familiares, incentivando a muchas mujeres a trabajar fuera del hogar. En varios países europeos, las tasas de actividad económica son muy parecidas, especialmente en los grupos de edad más joven, en los cuales soy hay una diferencia del 5% entre hombres y mujeres.

En el caso del Perú, la brecha también ha estado disminuyendo, aunque sigue siendo considerable. La tasa de actividad económica de mujeres mayores de 14 años en 1990 era 46% y ahora se encuentra en 63%. En los hombres, la tasa es del 80%. Aun así, para el 2015, el 44% de la población económicamente activa era femenina.

Falta bastante, sin embargo, para lograr la igualdad en el mundo del trabajo remunerado. En promedio, el ingreso de la mujer es 71,4% el del hombre, y comparado a un hombre blanco, en caso de tener la misma edad y educación, solo gana el 80%. Más mujeres trabajan en el sector informal, en actividades poco productivas y menos están afiliadas a sistemas de pensiones y seguros de salud. A pesar de estas limitaciones, el avance en las últimas dos décadas es considerable y apunta a una creciente autonomía económica de la mujer.

Lo mismo no ha ocurrido en el ámbito doméstico. Según la encuesta “Uso del tiempo” del INEI del 2010, al sumar el trabajo remunerado con el no remunerado las mujeres trabajaban en promedio diez horas más que los hombres por semana. No parece mucho, pero significan 520 horas al año, es decir, el equivalente a 13 semanas más de trabajo (40 horas/semana). Esto quiere decir que aún está vigente la llamada “doble jornada” denunciada hace años por el feminismo. El término se refiere a que mujeres con trabajo remunerado también deben encargarse del trabajo doméstico.

El hecho de que el trabajo doméstico sea considerado culturalmente una función femenina tiene un comprobado efecto negativo en el mundo laboral. Es más común que las mujeres interrumpan su actividad económica o disminuyan su dedicación (tiempo parcial), afectando sus ingresos y posibilidades de ser promovidas. Existe, además, el prejuicio de que el matrimonio y la maternidad limitan su compromiso laboral. Estudios recientes en EE.UU. y Europa muestran otra realidad preocupante. La diferencia en dedicación al trabajo doméstico entre mujeres y hombres tiende a ser mayor en parejas sin hijos cuando ambos trabajan a tiempo completo.

Una de las principales maneras de superar estas dificultades es con una plena participación e identificación masculina en los quehaceres del mundo doméstico. La mujer tuvo que hacer frente y transformar una cultura dominada por los varones en el trabajo remunerado. Ahora, el hombre debe abrirse camino en el hogar. La pregunta es: ¿por qué lo haría si el actual arreglo social le conviene?

Bueno, en primer lugar, porque cada vez más hombres viven solos y deben encargarse de su propio hogar. En segundo lugar, en un número creciente de parejas, la mujer tiene mayor éxito económico llevando a nuevos arreglos sobre la distribución del trabajo doméstico. En tercer lugar, más hombres están descubriendo que el cuidado del hogar y la crianza de los hijos puede ser tan o más gratificante que el trabajo remunerado.

Todo esto tiene que estar acompañado, además, con cambios profundos en las políticas públicas y en las empresas privadas. Al dar más posibilidades a la mujer para que pueda dedicarse a la crianza de los hijos –incluyendo mayor flexibilidad en horarios y poder trabajar desde el hogar– muchas veces se refuerzan los estereotipos. Estas facilidades también deben estar abiertas y promovidas para los hombres.