"Insigne", por Marco Aurelio Denegri
"Insigne", por Marco Aurelio Denegri

Pedro Palma –el padre de don Ricardo– y Ramón Larrea se profesaban ardiente enemistad y llegaron a pleitear con obstinación. Larrea, en su descripción de Pedro Palma, publicada en El Comercio, en 1848, dice, entre otras cosas, que el tal era “insigne jugador de gallos”. (Cf. Oswaldo Holguín Callo. Tiempos de Infancia y Bohemia: Ricardo Palma (1833-1860), 35.)

Hoy el uso del adjetivo insigne es propio del habla culta. Insigne (del latín insignis) significa señalado, notable, distinguido, famoso, célebre, caracterizado, conspicuo, esclarecido, preclaro, renombrado, ilustre, sobresaliente, de alto coturno, de viso. Las personas de mucha valía y manifiesta prestancia son insignes. Pero antes no se usaba insigne en sentido tan elevado, encomiástico y admirativo. Decíase antiguamente insigne para denotar mentado o famoso, llamativo, patente y notorio. Y era uso popular. Don Erasmo Muñoz, viejo yanacón de la Hacienda Caqui, del valle de Chancay, negro entretenido y sabedor, era usuario de la voz insigne. (Cf. José Matos Mar y Jorge A. Carvajal H., Erasmo Muñoz, 26.)

En el número extraordinario de la revista Mundial, publicado el 28 de julio de 1921, hay un artículo sobre José Quirós, que era el encargado de los Baños del Comercio, y, según el articulista, “nadador insigne” y “pedicuro insigne”. Era, pues, mentado o famoso este ciudadano “tan modesto como meritorio”.

César Vallejo, hablando de Claudio Farrère, dice que era de una “palidez insigne”, y Vallejo tiene por “orífice insigne” a Alcides Spelucín; y considera “matemático insigne” a Painlevé; y finalmente está seguro de que en el diálogo con un loco, éste habrá de decirnos “estupideces insignes”. (Cf. C.V., O. C., A & C, 10, 19, 52, 371.)

Gonzalo Correas, en su Vocabulario de Refranes y Frases Proverbiales, obra del primer tercio del siglo XVII, dice lo siguiente: “[…] y porque fueron pocos los convertidos a la fe, a causa de la ceguedad que tenían con el insigne templo de Diana y otras hechicerías gentílicas […]”. (Cf. José María Irribarren, El Porqué de los Dichos, s.v. “Hablar ad ephesios”.)

En el libro de Guillermo Thorndike, Ocupación Testigo / La Edad de Plomo (Lima, USMP, 2003, 44, 64) se lee que Óscar Díaz Bravo era un “sabueso insigne” y Jorge Canedo Reyes un “miope insigne”.

En la Lima del Ochocientos, cada pregonero, según Arona, anunciaba “una insigne porquería”. (Cf. Antología de Pedro Paz Soldán y Unanue. Estudio y Selección de Fernán Altuve-Febres Lores. [Lima], Editorial Quinto Reino, 2005, 97.)