"Nuestra cultura y el amor", por Marco Aurelio Denegri
"Nuestra cultura y el amor", por Marco Aurelio Denegri
Redacción EC

Nuestra cultura concede extraordinaria importancia al amor, sobre todo al amor turbulento y paroxismal; y en este sentido nuestra cultura es atípica.

En otras culturas se considera lamentable toda esa historia del fuego de la pasión y las uniones emocionales violentas. Bien dice el antropólogo Linton que el enamorado romántico de nuestros días nos recuerda inmediatamente al héroe de las antiguas epopeyas árabes, que es siempre un epiléptico.

Esta insistencia en el amor-pasión parece ser un intento por volver a introducir en la civilización cristiana las técnicas arcaicas del éxtasis. Por otra parte, el rock y sus conciertos multitudinarios tienen igual propósito, ya que propician el trance y el vuelo.

El amor-pasión, según , es en primer lugar enajenante y en segundo lugar es una especie de ensueño que se deteriora en contacto con la realidad, y finalmente tiene vocación de fracaso: siempre se frustra y nunca se cumple.

Cuando el amor es vínculo o atadura, pierden los amantes autonomía, o sea libertad para disponer de sí mismos. Pierden también privacidad. Hace veintidós siglos que Propercio lo había advertido y dijo por eso: “Basta amar para dejar de ser libre.”

Autoestima
La recientez del término autoestima es notoria y la Academia solamente lo incluyó en su Diccionario en la última edición de éste publicada en el 2001.

La definición académica de autoestima es como sigue: “Valoración generalmente positiva de sí mismo.” La Academia no advierte que en esta definición el adverbio generalmente está de más, porque si ocasionalmente uno no se estima, si a veces uno se desestima, esas veces de desestimación no son por cierto muestras de autoestima. El desliz académico recién indicado tiene la patencia de un axioma. El Pequeño Larousse Ilustrado define mejor la autoestima. Dice así: “Aprecio, consideración o estima que tiene una persona por sí misma.”

Según la Academia, el exceso de autoestima se llama ego. Sin embargo, en este sentido, lo normal es que el hablante califique el substantivo ego y diga por ejemplo, “Fulano tiene mucho ego” o “un gran ego”, y no simplemente “Fulano tiene ego”.

El uso ha impuesto en este caso y fundadamente la calificación para realzar el crecimiento desmedido del ego y el consiguiente exceso de autoestima, exceso que origina tres males: el egoísmo, el egocentrismo y la egolatría. El más importante es el egoísmo o amor excesivo e inmoderado que uno mismo se profesa y que hace que atendamos desmedidamente a nuestros propios intereses, sin cuidarnos de los intereses de los demás.