Tutu meme
, por Carlos Galdós
Tutu meme
, por Carlos Galdós
Carlos Galdós

Durante este mes, cada una de las tías, amigas, primas y visitas en general que han caído a mi casa para conocer a mi recién nacido descendiente han llegado con una serie de frases, halagos y, lo que es peor, consejos dignos de una patética columna como esta. Luego del clásico “ay, qué rico es”, del simpático “menos mal que se parece a la mamá”, el acomplejado “salió con los ojos claritos”, la frase ganadora de todas llegó a manera de sentencia papal: “ni se te ocurra acostumbrarlo a dormir en tus brazos porque si no nunca querrá hacerlo en su camita”.

Inocentes, mi esposa y yo decidimos hacerles caso. “Por algo lo dirán, más saben las tías por viejas que por tías”, pensamos mientras les dábamos el besito de despedida. El problema es que desde entonces, y en las cinco semanas de nacido que tiene Luca, ya hemos cambiado cuatro camas y ninguna le cae bien.

Primero fue un Pack & Play, que no es más que una especie de cuna /corral. Estuvimos una semana intentando que durmiera en el armatoste pero nada. Los llantos no se hacían esperar, pero hasta entonces nos resistíamos a cargarlo o hacerlo dormir en nuestra cama. De eso nada, porque automáticamente venía a nuestra cabeza la sentencia de las tías/cuco. La segunda semana compramos una cuna que se pega a la cama como si fuera una extensión de la mis- ma. Muy bonita para las fotos, pero de dormir... ¡MANAN! El chibolo no jateaba. “Ponle un móvil”, nos dijeron estas veteranas expertas en crianza, “para que se entretenga y así le dé sueño”. La receta resultó ser peor, porque se activaba más. Hoy la flamante cunita se ha convertido en un colgador de ropa y toallero.

“¡Un moisés!”, dijo mi suegra, y nos fuimos hasta el mercado de Surquillo y le compramos uno como el que ponen en los nacimientos pero tamaño real. Lo forramos con mantitas de polar para que el niño no se arañe con la pajita, pero el resultado seguía siendo el mismo. “Este bebé tiene ojo duro, seguro que está asustado”, profetizó mi tía Amelia y le pasó el huevo en mi ausencia con la venia de Carla, quien cree ciega- mente en los chamanes y por eso ha puesto un vaso de agua lleno de sal debajo de la cama para botar las malas energías.

Esa noche, después de la “huevada”, Luca no solo no durmió, sino que lloró sin parar. Gracias, tía Amelia. Ahora le agregamos sonido al insomnio. “Mi amor, ¿y si lo ponemos en nuestra cama?”, me atreví a preguntar. “¡NI SE TE OCURRA! ¡Después no va a poder dormir solo!”, recibí como respuesta.

Llegamos a la cuarta semana y una amiga –con quien comparto la afinidad de ser ‘peperos’– me sugirió discretamente que le diera un par de gotitas de valeriana para que se quede seco el cachorro. Yo preferí bañarlo en manzanilla, como recomendaron en el programa de Lorena Caravedo, pero nada. Probamos con la teoría del ruido blanco; es decir, dejar la secadora de pelo prendida toda la noche hasta que... el aparato se quemó. Como no me doy por vencido, encontré en la aspiradora un sonido arrullador, pero quien se quedó dormido fui yo.

Esta semana decidimos no hacerle caso a nadie y seguir nuestro instinto. Se nos ocurrió armarle una cunita con una caja de leche que forré por afuera con papel lustre rojo y por dentro con una mantita de lana. Lo pusimos ahí y, como si se tratara de una dosis de Dormonid para mí, Luca se durmió en el acto toda la noche. Por las mañanas está en nuestra cama, feliz al medio como un rey dormilón. De día ese se ha convertido en el centro de operaciones, pues ahí almorzamos, leemos y trabajamos, siempre al lado de Luca, quien ronca de lo lindo. Por la noche lo espera su cajita de cartón, que con mucho amor lo alberga.

Esta columna fue publicada el 23 de julio del 2016 en la revista Somos.