Maria Cecilia  Villegas

La es mayoritariamente una sociedad informal y precaria. Es el resultado de una élite miope, que ha priorizado el crecimiento económico y el éxito por encima de los principios y los valores. La alta incidencia de corrupción lo demuestra. Mientras que la baja calidad de la educación, la falta de cursos de ética y cívica y el premio a la viveza criolla hacen que, en general, el peruano premie los resultados, sin importar cómo fueron obtenidos.

La gran mayoría de ciudadanos ni conoce sus derechos ni exige calidad. En general, los peruanos son consumidores poco selectivos y muy poco exigentes. Somos además conformistas. Nos consideramos satisfechos con poco. Y déjeme graficarlo con una frase: “roba, pero hace obra”. No somos capaces de exigir transparencia, honestidad, capacidad y ética. Frente a la incapacidad e inacción del , callamos. Frente a la corrupción, callamos. Y frente al abuso, mientras no nos afecte, callamos.

Para intentar compensar esta debilidad social, la respuesta del Estado ha sido imponer requisitos y candados a través de regulación. Pero como sostiene Eduardo Dargent en “El páramo reformista”: “Se pueden establecer reglas de control, de transparencia, pero los actores encontrarán formas de saltárselas y evadirlas” (en “El desafío del buen gobierno”). Y ello aplica tanto en el sector público como en el sector privado. Los incentivos son perversos y el Estado está capturado por un statu quo que busca cambiarlo todo, para que nada cambie. Y en el camino avanzamos reformas, y las retrocedemos a costa de la construcción de una mejor sociedad.

La denuncia de plagio en la tesis de maestría de Pedro Castillo y Lilia Paredes, que por esas cosas del destino ejercen como presidente de la República y primera dama respectivamente, es uno más de los tantos cuestionamientos que recaen hoy sobre ellos. Pero que debería llevarnos a una reflexión mayor: a cuestionarnos como sociedad. Hemos querido mejorar la calidad de la educación, y así ha surgido una oferta de universidades y títulos que no tienen los estándares de calidad mínimos y que son una estafa a los miles de estudiantes que con mucho esfuerzo hicieron muy ricos a los empresarios que canibalizaron e informalizaron la educación.

Siendo una sociedad altamente precaria, las maestrías se han convertido en un mero negocio donde no se exigen requisitos mínimos para entrar a los programas, y como hemos visto, mucho menos para obtener el título. Ha quedado establecido que el marco teórico y el 43% de los textos de la tesis de Castillo y Paredes son copiados a otros autores. Y, sin embargo, en conferencia de prensa la Dirección Ejecutiva de la Universidad César Vallejo ha salido a defender su calidad. Lo que debería llevarnos a cuestionar la calidad de quienes dirigen y enseñan en esa universidad, por decir lo menos. Y, más aún, ¿por qué en un país tan informal como el Perú le exigimos maestrías a profesores rurales?

En un artículo reciente de Jairo Acuña y Matilde Mordt, “La fórmula contra la corrupción”, se analiza el deterioro del contrato social en América latina y la alta incidencia de corrupción. Para ello, usan la fórmula de corrupción de Robert Klitgaard: corrupción = monopolio + discrecionalidad – transparencia. Klitgaard sostiene que antes de actuar ilegalmente se evalúa el riesgo de ser descubierto versus el beneficio personal que se obtendría. La corrupción, la trampa, la viveza, no son más que un análisis de cálculo. ¿Qué probabilidades tengo de ser ampayado? Y de serlo ¿qué pasaría? En Latinoamérica, y en particular en el Perú, somos culturalmente permisivos, y esta permisividad se manifiesta de forma transversal en toda la sociedad. Lo que ha llevado a que el 90% de los latinoamericanos no confíe en el otro (BID). Siendo que la confianza es la certeza de que existen reglas comunes iguales para todos, que son respetadas, incluso cuando nadie está mirando, se puede entender porque nos es tan difícil confiar. Probablemente, porque la mayoría sabe que cuando nadie lo está mirando, difícilmente cumplirá las reglas.

Maria Cecilia Villegas CEO de Capitalismo Consciente Perú