(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Juan Carlos Chávez

Más de uno esperaba que el testimonio del ex director del FBI ante el comité de inteligencia del Senado fuese demoledor y no dejase dudas sobre los conflictos de intereses que opacan a la Casa Blanca.

Pero lo cierto es que, al finalizar las tres horas del encuentro y escuchar las preguntas de los miembros del comité, quedaron flotando más preguntas que respuestas. Especialmente sobre la forma en que fluye el poder en Washington y la independencia de las instancias que están para destapar las ollas y poner en marcha investigaciones veraces y oportunas.

Es verdad: Comey confirmó, a título muy personal, que el presidente Donald Trump no es una figura confiable. También puso de relieve que las llamadas telefónicas del mandatario, y las reuniones que orquestó a solas con Comey para que el FBI abandonase sus pesquisas sobre Rusia y los contactos con su campaña, hablan de un hombre acostumbrado a seguir sus instintos y pisotear las reglas que protegen y salvaguardan el equilibrio de poderes.

La posibilidad de un juicio político todavía está algo lejos de concretarse. Sin embargo, a estas alturas nadie duda del hecho de que Trump es el presidente más vulnerable de encararlo en el curso de su primer mandato.

El tono de las revelaciones de Comey y algunos detalles que nunca antes se habían escuchado en una sesión de estas características condimentaron, eso sí, un marco político que ya de por sí está muy desgastado, especialmente después del término de la campaña presidencial del 2016.

La lucha por la presidencia fue una radiografía de la crisis interna que vive el ejercicio político en Estados Unidos y el rol de intereses que son absolutamente ajenos al ciudadano de a pie.

Comey describió las sutiles, aunque poco astutas, presiones del mandatario Trump para que no continuasen las pesquisas sobre el ex secretario de Seguridad Nacional Michael Flynn. Como si fuese poco, Comey se refirió también al silencio del actual secretario de Justicia, Jeff Sessions, cuando este tuvo que haber puesto un freno a las presiones del mandatario en un encuentro en la Casa Blanca, a comienzos de febrero.

Trump, antojadizo y desafiante, salió públicamente el fin de semana a negar el testimonio y las acusaciones de Comey. Estaba en el libreto.

Fiel a su estilo, Trump quiso zanjar el tema argumentando que el testimonio de Comey no demostró colusión y menos aun trabas a la justicia.

Comey fue despedido de forma sorpresiva por Trump el 9 de mayo, luego de cuatro meses intensos para la administración del mandatario entrante. El gobierno de Trump luchaba por sellar posiciones en el manejo del gobierno y conseguir mayor respaldo entre los líderes republicanos.

La comparecencia de Comey, según Trump, lo ha fortalecido frente a la opinión pública. En un intento por minimizar el debate, Trump agregó que es necesario centrarse en temas más importantes para la nación, como la economía, la seguridad fronteriza, las tensiones con Corea del Norte y el Medio Oriente.

No será fácil. Las grietas que han dejado el despido de Comey y las sospechas de que Trump le pidió lealtad al ex director del FBI para que dejase tranquilo a su amigo Flynn no hacen sino poner nuevos filtros sobre la brújula de un gobierno errático y carente de eficacia para resolver problemas caseros.

Habrá que sentarse a ver qué ocurre, cual si fuese una novela, con el curso de la investigación sobre las acusaciones de Comey y la queja formal del abogado de Trump contra el ex director del FBI por filtrar los apuntes en los que aseguraba que el mandatario le pidió lealtad y le sugirió abandonar la investigación de su ex asesor Flynn.