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Carlos Meléndez

El presidente del Consejo de Ministros (PCM), , ha señalado que el fujimorismo –desde su apogeo legislativo– confunde fiscalización con abuso de poder. Ha acusado a la oposición de “obstruccionista” y de pasar de la “discrepancia a la calumnia”. Algunos colegas politólogos sustentan esta posición. Para Eduardo Dargent, estamos ante una “naranja agresiva”, “intransigente y radical”, que con “actitud matonesca”, “no pelea limpio”. Para Alberto Vergara, el fujimorismo es un “pariente pobre del liberalismo” como lo fue Sendero para la izquierda partidista (¿es entonces el Movadef de la derecha?), que sirve como “caja de resonancia de un archipiélago de intereses particulares legales, informales, ilegales” (¿acaso el lobbismo ppkausa no lo es también?). Con esta suerte de oposición desleal, el colapso del gobierno suena inevitable.

Las tensiones entre el gobierno ppkausa y el Congreso fujimorista se explican por tres factores. El primero tiene que ver con el diseño institucional de nuestro sistema político que otorga al Legislativo mecanismos de control y fiscalización que aparecen excesivos cuando se trata de un “gobierno dividido” (Ejecutivo y Legislativo presididos por dos partidos rivales). Cuente usted: investidura y confianza al Consejo de Ministros; invitación, interpelación y censura a ministros; capacidad de investigación sobre cualquier asunto de interés público; etc. De hecho, si usted compara los números de visitas de ministros al pleno del Congreso, interpelaciones y censuras de los últimos cuatro gobiernos (vea el informe de Martin Hidalgo mañana en este Diario), no encontrará el “cargamontón fujimorista” que ciertos analistas espontáneos susurran al oído de Zavala.

El segundo problema es de inexperiencia ante un “gobierno dividido”. Nunca antes hemos tenido a un solo partido opositor controlando desde el primer año la rama legislativa. Tampoco a un Ejecutivo que no se atreve a acordar una coalición política en el Parlamento. Parecería que el gobierno ha abandonado a su propia bancada, al punto de desaprovechar dos cuadros políticos que pueden ser puentes multipartidarios (Juan Sheput y Carlos Bruce).

El tercer factor es la falta de tacto del fujimorismo. Con los antecedentes mencionados, el equilibro real de poderes es inalcanzable. El Ejecutivo es muy débil; el Legislativo se asume todopoderoso. Entonces cualquier golpe que ensaye el Congreso sobre el gobierno será percibido como fulminante. Si bien el fujimorismo persigue capitalizar su rol opositor, necesita a la vez la permanencia estable de . Peruanos por el Kambio y Fuerza Popular son dos caras de una misma moneda. Pregunten a los miembros del Ejecutivo (incluyendo presidente y PCM) si están de acuerdo con las políticas de ajuste aplicadas por Alberto Fujimori y se darán cuenta de cuántos son ‘fujimoristas en el clóset’. A nivel ideológico hay una cercanía que normalmente sentaría las bases de una estabilidad política.

La gobernabilidad democrática está en manos del fujimorismo, pero por déficit ppkausa. A este gobierno tecnocrático y apolítico (sin capacidad política, no hay vocación institucionalista) hay que tratarlo “des-pa-ci-to”. Está en manos del fujimorismo la iniciativa de intentar un equilibrio “pasito a pasito, suave suavecito”. Porque, al final, las dos derechas deberían terminar pegándose, “poquito a poquito”.