Por esto no se aprobó la unión civil, por Fernando Vivas
Por esto no se aprobó la unión civil, por Fernando Vivas
Fernando Vivas

Lo confirmé la semana pasada: el Perú no es más conservador que muchos de los países donde existe el matrimonio igualitario o la . ¿Por qué, entonces, la homofobia es mayoría simple en el Congreso?

Porque, precisamente, existe un poderoso, articulado, apasionado lobby ultraconservador que quiere que nuestro país sea baluarte de resistencia frente a los imparables avances liberales en el mundo. Ese lobby, que en un inicio fue católico y auspiciado por empresarios cercanos al , se ha reforzado en alianza con varias iglesias evangélicas. Y las batallas que han perdido en otros lares lo animan a concentrar fuerzas para las que les quedan por pelear. 

El aporte evangélico se ha vuelto fundamental en el lobby ‘pro vida’ y anti-LGTB. Que en el 2011 la Alianza Cristiana Misionera pusiera al pastor , desconocido para la política, a la cabeza de la lista de Keiko Fujimori delata lo inestimable que es para los partidos contar con esos  fondos de campaña. Les hago una apuesta: en los próximos meses verán súbitas conversiones evangélicas  de políticos con angurria para el 2016. Les doy dos pistas: si grupos evangélicos apoyaron decididamente la revocatoria a Susana Villarán, ¿acaso no fue porque estimaban que el nuevo alcalde, Luis Castañeda, sería fiel a su agenda conservadora? Si al aprista Jorge del Castillo se le ha visto últimamente en cónclaves religiosos, ¿no está ello en relación con su pública discrepancia, y la de su hijo Miguel, con el apoyo de la bancada del Apra a la unión civil?

Del otro lado, el movimiento LGTB es lobby monse. La formación de izquierda anti-establishment de muchos de sus líderes los hace poco amigos del cabildeo ante el sistema. A algunos les cuesta aceptar que no es la ideología la que define la actitud frente a la diversidad. Y no se saben ubicar frente a las divisiones internas de las bancadas. El lobby LGTB no tiene un mapa preciso de esas divisiones internas, partidarias, gremiales, sociales, para saber explotarlas y ganar más adhesiones. 

La guerra no acabó. El bando conservador ha ganado tiempo y el bando liberal ha perdido tiempo. Pero sí hay heridos tambaleantes en el campo de batalla. Por ejemplo, Juan Carlos Eguren, el presidente de la Comisión de Justicia que votó en contra del dictamen de sus técnicos, no solo es estigmatizado como homofóbico, sino que compromete la imagen de su partido. El PPC, que alguna vez tuvo el talante de derecha moderna y tecnocrática, ha dado un paso atrás hacia las cavernas.

El socialcristianismo, para no hablar del Opus Dei, ha entrado en franco desfase con el Vaticano. Francisco sabe lo que es pelear y perder la batalla, porque le pasó en Argentina cuando era cardenal y se opuso al matrimonio igualitario. Hoy, da la impresión de que está preparando a la Iglesia para aceptar los cambios, así como aceptó el divorcio. En un futuro próximo, los evangélicos podrían estar solos en la grita homofóbica. Y existe otro escenario, similar al que tuvo México, donde un megaescándalo con pedófilos religiosos debilite al bando conservador al punto de ceder voluntariamente terreno. Prepárense para la próxima batalla, en plena campaña hacia el 2016.