Lucía Bustamante

Yape es solo un ejemplo de la acelerada adopción de la tecnología en aspectos centrales de la vida diaria, como las finanzas personales. Ciertamente, los nuevos métodos de pago permiten una mayor accesibilidad a la banca y, por ende, mayores oportunidades. Sin embargo, dichos avances también ponen al descubierto la precariedad del sistema financiero y social que deja atrás a grupos minoritarios rezagados quienes llegan tarde a la asimilación de nuevas herramientas como las billeteras digitales.

Primero que todo, considerar la realidad de este grupo etario en el Perú resulta crucial. Es sabido, por ejemplo, que la pobreza en el país sobrepasa el 72% (Banco Mundial, 2023) y que, en mayores, esta ronda el 20% del total (según el Fondo de Población de las Naciones Unidas). Del mismo modo, surgen interrogantes como: ¿cuántos cuentan con una pensión digna? ¿Cuántos acceden a salud pública de calidad? Y, sobre todo, si recibieron algún tipo de educación financiera. Además, la realidad es mucho más cruda en sectores rurales sin acceso a servicios públicos.

En este sentido, es congruente preguntarse si la adopción de será exitosa cuando muchos no tienen acceso a Internet, a un teléfono inteligente o el conocimiento necesario para su manejo. Hoy en día más del 70% de la población ya utiliza este medio de pago para administrar sus gastos (BBVA, 2023). Probablemente en un par de años se llegue a la totalidad. ¿Significará entonces el fin de las monedas y billetes? Quizás para las personas mayores este proceso tome mucho más tiempo.

La confianza es una relación sólida que se construye sobre bases que otorgan seguridad y, desde el punto de vista de un adulto mayor, muchas veces la tecnología representa lo contrario: sin ser necesariamente una amenaza, esta todavía inspira dudas. Entre ellas, la de confiarle el dinero (un recurso que tanto les ha costado obtener a lo largo de sus vidas) a un teléfono, un dispositivo que, por sí mismo, representa una gama de posibilidades negativas y con el que apenas se familiarizan.

De la mano con lo anterior se encuentra el miedo propiciado por problemas inminentes como el temor de olvidar una contraseña, de sentirse inútiles al utilizar un aplicativo, así como la ansiedad que les genera el terminar excluidos de la adopción de nuevas tecnologías en la vida. A medida que este fenómeno crece, aparecen desafíos como la seguridad financiera y el hecho de que las estafas a través de estas billeteras sigan creciendo hace menos atractivo su uso. Los adultos mayores se apegan a lo tradicional; para ellos, por ejemplo, puede resultar extraño llamar ‘billetera’ a una aplicación móvil.

No obstante, de las situaciones desafiantes como esta nacen oportunidades de mejora por medio de su uso. Debemos potenciar la bancarización, hacerla más democrática, y apoyar, en paralelo, la mejora del sistema pensionario en el país, pues así los familiares de los adultos mayores encontrarán más facilidades al apoyarlos económicamente. Son procesos que se perfeccionarán idealmente combinando la cooperación del gobierno, las entidades bancarias y las familias, con el fin de vencer la brecha digital generacional para construir un ecosistema económico digital globalizado e inclusivo.

Lucía Bustamante es estudiante de Administración de la Universidad del Pacífico