Debe haber sido algún día de marzo o agosto de 2009 cuando conocí a Fausto Alvarado. Estábamos en un salón de la Universidad Católica, en una clase de la maestría en Historia. Luego de haber ejercido el derecho y haber tenido larga actividad política, Fausto se encaminaba a completar la que sería una de sus principales aspiraciones académicas: el doctorado en Historia.
En 2017, la Universidad Pablo de Olvide, de España, le otorgó el preciado diploma que acredita el doctorado. La fecha que figura en el diploma es el 15 de septiembre, exactamente dos años antes de su temprana y dolorosa partida.
Fausto combinó una intensa actividad política en un pequeño pero influyente partido, el SODE (Solidaridad y Democracia), de la mano de personas que, como él, llegaron a ejercer funciones ministeriales: Carlos Ferrero, Aurelio Loret de Mola y Javier Silva Ruete.
Aliado del Apra en las elecciones de 1985, el SODE dejó la alianza en 1987, tras el intento de estatización de la banca por parte del primer gobierno de Alan García.
Representando a Lima Provincias, Fausto fue uno de los 63 diputados elegidos por el Fredemo (Frente Democrático) en 1990. El SODE tenía un rol importante (el plan de gobierno), pero el ser menos numeroso que Acción Popular y el PPC (Partido Popular Cristiano) lo forzaba a depender de los sitios de los que el Movimiento Libertad podía disponer. Fausto fue diputado hasta el 5 de abril de 1992. Desde entonces, se dedicó a combatir al régimen de Alberto Fujimori, primero desde el SODE y luego como parte del Frente Independiente Moralizador (FIM).
Como aliado del gobierno de Perú Posible, fue nombrado ministro de Justicia en julio de 2003. Desde tal posición, empujó el principal esfuerzo por reformar la justicia en el país en tiempos recientes: la Comisión Especial de Reforma Integral de la Administración de Justicia (Ceriajus). La solidez de esta iniciativa radica en la pluralidad de sus actores, en un régimen democrático, y en la solvencia técnica de sus propuestas.
Recorrer la página de Facebook de Fausto es también adentrarse a otra de sus pasiones: el fútbol, y recordar el equipo de sus amores: el Unión Huaral, del que llegó a ser dirigente en el mejor momento del plantel, a finales de los ochenta.
Alejado de la política partidaria desde su última campaña electoral, en 2011, Fausto no le rehuía a los diversos espacios en que el diálogo abierto y respetuoso sobre la coyuntura era la regla. Su encargo más reciente tuvo que ver con su tardía formación de historiador: ser parte del comité consultivo de la Comisión Especial Multipartidaria Conmemorativa del Bicentenario de la Independencia del Perú, que preside Juan Sheput.
La última vez que conversé largo con él, usé una palabra que significó un jalón de orejas de su parte. “Ahora te estás dedicando de lleno estudiar la colonia, ¿no?”, le dije. Fausto me miró incómodo. “¿Me estás hablando de un perfume?”, me respondió, entre confundido y mortificado. Para referirme al periodo de gobierno español en esta parte del mundo, debí haber usado el término correcto: virreinato. Esta contienda semántica fue una de las últimas batallas de Fausto, en medio de un espacio que siempre miró con interés y al que dedicó los últimos años de su intensa y fructífera vida: la Historia.