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feminicidio

Por: Teresina Muñoz-Nájar

“Duerma tranquila, acaban de capturar al asesino de su hija”, le dijo el amable capitán de la Dirincri. La llamó desde Lima, el sábado 20 de mayo, alrededor de las 11:30 de la noche. Pero Margarita no volvió a pegar los ojos. Es difícil que vuelva a dormir, además. Sobre todo desde que se enteró que el proceso recién comienza. Pese al tiempo transcurrido, tendrá que revivir la misma pesadilla.

Conocí a Margarita Mina Huillca en diciembre del 2015, en el Cusco, su tierra, cuando me regaló la terrible historia de su hija que luego yo plasmé en mi libro “Morir de amor” (Aguilar, 2017). Entonces, mientras conversábamos y revisábamos el expediente del caso que investigó el fiscal Dante Cayo Mancilla (de la Segunda Fiscalía Provincial Penal, ubicada en el distrito cusqueño de Wanchaq), entendí que ella solo encontraría algo de paz si se hacía justicia.

Lisbeth y Joseph se habían conocido de niños y reencontrado en el 2011. Se enamoraron e iniciaron una relación aparente normal. Poco a poco, sin embargo, él se fue mostrando más y más obsesivo con ella y casi no la dejaba respirar. La buscaba en la universidad (ella estaba a punto de terminar la carrera de derecho y él la de turismo), la esperaba en el trabajo (administraba una juguería) y la atiborraba de regalos y mensajes amorosos. Hasta que finalmente, al día siguiente que ella saliera a divertirse con otros amigos, él la mató. Los dos tenían apenas 24 años.

Fue el 8 de noviembre del 2014. A eso de las 7 de la noche, Margarita, que por esos días trabajaba en un colegio en Paucartambo y que había llegado al Cusco con un grupo de sus alumnos, recibió la llamada de uno de sus hijos (Lisbeth era la mayor de tres hermanos, la única mujer), que le pedía volver con urgencia a la casa: “Algo terrible le ha pasado a Lisbeth”, le dijo.

En efecto, cuando el joven llegó a su domicilio, en la urbanización Pueblo Libre, encontró a su hermana tendida sobre un charco de sangre. Pronto llegaron Margarita, otros parientes, los bomberos y la policía. Lisbeth había sido apuñalada más de 30 veces. Especialmente en el rostro y el cuello.

Una prima de los Ñaupe Mina había visto ingresar a la pareja a la casa de Margarita a eso de las 5 de la tarde. Una vecina vio salir a Joseph como alma que se lleva el diablo una hora más tarde. Cuando la policía acudió a buscarlo, al lugar donde vivía y también a su trabajo (era “seguridad” en la sede cusqueña del Ministerio de Cultura) él ya había desaparecido. En la escena del crimen, Joseph había dejado su camisa y casaca ensangrentadas. Antes de huir se puso un polo del hermano de Lisbeth.

La investigación fiscal, luego de las pericias, los testimonio de los testigos y demás procedimientos, concluyó que Joseph Estrada Moreano había cometido el delito de feminicidio. Pidió la prisión preventiva del reo no habido y solicitó una condena de 26 años de cárcel.

La captura
El Programa de Recompensas “Que ellos se cuiden” del Ministerio del Interior ofrecía, desde agosto del 2016, 20 mil soles por la captura de Estrada Moreano. Como tenía orden de captura también estaba requisitoriado y en más de una oportunidad la policía lo había buscado por la zona de Quillabamba. Pero fue gracias al dato certero de un ciudadano colaborador que se le pudo detener, el 20 de mayo pasado. Estaba trabajando en una mina ilegal a la altura del kilómetro 108, margen derecha de la vía interoceánica Inambari-Tambopata, en la ciudad de Puerto Maldonado.

Además del capitán de la Dirincri que le avisó a Margarita de la captura, ella recibió una llamada, el martes 20 de mayo, de un policía conocido que le anunciaba que Joseph estaba en la carceleta del Poder Judicial. Al día siguiente, a las 11 de la mañana, fue presentado a la prensa y trasladado al penal de Quencoro ubicado en el distrito de San Jerónimo. Margarita no se enteró de esa presentación sino horas después. En Quencoro, el 14 de junio, se llevará a cabo la primera audiencia ante un juzgado colegiado encabezado por el magistrado Miguel Ángel Castillo.

Lo que se espera
Margarita pensó que una vez capturado Estrada Moreano, este iría de frente a prisión a cumplir la sentencia pedida por el fiscal. No es así. De acuerdo al nuevo Código Procesal Penal, el reo tiene derecho a defenderse. “Pero la señora no tiene de qué preocuparse pues las pruebas indirectas –dice el fiscal Cayo Mancilla- son contundentes”.

Se refiere, sobre todo, a las declaraciones de los testigos que lo vieron entrar y salir del lugar de los hechos y a la camisa y casaca ensangrentadas que, los propios padres de Jospeh, reconocieron que eran suyas. ¿Cuáles serían las pruebas directas? “Que alguien lo hay visto cometiendo el delito o que él lo haya confesado”, responde el fiscal. ¿No se encontraron huellas en el cuchillo con que mató a su víctima?. “No, solo se encontró la hoja más no el mango”, asegura.
Lo deseable, según Cayo Mancilla, es que el día de la primera audiencia, el reo se acoja a la figura denominada “conclusión anticipada”. Esta solo es efectiva “si las pruebas presentadas con la denuncia fiscal, fueren suficientes para promover el juzgamiento sin necesidad de otras diligencias o si el imputado formula confesión sincera ante el juez”.

Sin embargo, nadie sabe qué estrategia tendrá entre manos el abogado de Estrada Moreano. Por lo pronto, solo se sabe que este no será un defensor público sino un profesional privado contratado por sus padres. “El reo podría declararse inocente o aceptar en todo o en parte mi alegato”, advierte el fiscal.

Lo que se espera (desea) no obstante es que el juicio oral no se lleve a cabo y que el reo admita su culpabilidad. “Solo cuando los jueces consideran que las evidencias de un delito son tajantes, piden prisión preventiva”, asegura el fiscal Cayo Mancilla. Su declaración nos permite creer que Joseph Estrada Moreano no tiene escapatoria.

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