MDN
Futbol peruano
José Carlos Yrigoyen

El sueño de está oficialmente clausurado. Cada uno tiene que asumir cómo despertar de él. Los hinchas que se ilusionaron con llegar lejos –un 18% de los peruanos, según las encuestas, confiaba en que accederíamos a la final del torneo- deben sentir una comprensible decepción, lo que no significa ser ingratos con quienes hace un par de semanas eran los sucesores de Cueto, Uribe y Cubillas. Quienes, un poco más curtidos, elegimos la prudencia de aceptar que podíamos estacionarnos en la primera ronda tras el segundo partido, sufrimos un poco menos, pero en silencio, cuando nadie nos ve, maldecimos por no habernos equivocado. Todo esto es legítimo, a diferencia de actitudes como las de un Phillip Butters, quien a mitad de la eliminatoria pidió la renuncia de , luego del repechaje se subió al carro de la victoria sin ningún bochorno y ahora, cuando la eliminación está consumada, declara que el Tigre nunca le convenció tácticamente. Así son algunos de los que acompañaron este proceso, agazapados en las sombras hasta que en el momento indicado reaparecieron, fosforescentes e invictos en su necedad.

Lo primero que debemos entender, sacándole la vuelta a nuestra histórica vocación por las metas de escaso alcance, es que esto no es un fracaso, sino un comienzo. Eso no significa que debamos ser complacientes. Ya lo dijo , gestor de esta clasificación junto a Gareca, cuando un puñado de nuestros inenarrables parlamentarios quisieran organizar un homenaje al escuadrón mundialista: las derrotas no se celebran. Amén. Ahora hay que potenciar los logros, que no son pocos, y hacer las convenientes rectificaciones, pero manteniendo las mismas ideas primordiales. Según lo que pude conversar con Edwin Oviedo, presidente de la Federación, la prioridad número uno es que Gareca siga siendo el técnico de Perú y ya se han implementado acciones para asegurar su conducción en el proceso hacia . Las redes, tras el partido con Francia y la catástrofe de Argentina ante los croatas, manifestaron el temor de que nuestra entrenador, tras el Mundial, optara por el buzo albiceleste. Pero cargar con ese pesado muerto que es el equipo argentino, negociar con la banda de amigos de un cuyo ego es impermeable al incendio que ha desatado y lidiar con el podrido establishment dirigencial de la AFA no es un escenario precisamente idóneo para quien siempre ha insistido en que necesita tranquilidad, equilibrio y capacidad de maniobra para trabajar. Hay, por lo demás, asuntos inmediatos y pendientes, como la estrategia para tratar el tema del Guerrero posmundialista, pues si jugó en Rusia fue gracias a una medida cautelar que no lo exculpa de la pena que la Asociación Mundial Antidopaje insiste en aplicar. 

Si hablamos del mañana es inevitable tratar el tema de la edad de ciertos referentes y sobre quiénes tomarán la posta frente a sus ausencias. Guerrero, Farfán y Rodríguez, todos ellos parte de la promoción 84 jugarán los descuentos de sus carreras con la blanquirroja después de la siguiente y no hay, por el momento, relevos dignos para ellos, al menos no en el seleccionado actual. Sin ganas de mezquinarle nada a Paolo y a Jefferson, su actuación en Rusia estuvo por debajo de las expectativas. Lo de Guerrero se entiende: su sanción de seis meses le arrebató el ritmo de competencia indispensable para un Mundial. A pesar de lo que afirmaban algunos periodistas que abandonaron momentáneamente la lucidez que su profesión exige para convertirse en los más exaltados hinchas, Farfán ya está lejos de su mejor versión, y eso fue palmario en las canchas mundialistas. Varios se obnubilaron por sus buenas performances con el Lokomotiv, queriendo olvidar que la liga rusa carece del nivel que goza, por ejemplo, la mexicana o la estadounidense. La tragedia de ambos es que la Copa del Mundo a la que debieron asistir en la plenitud de sus facultades fue la de Brasil, pero la terquedad y los complejos de por ser tildado de ratonero les cerraron esa puerta. Farfán siempre lo supo; de ahí su desconsolado llanto en el césped del Nacional tras aquel fallido encuentro con Uruguay.

Hay razones para creer en un recambio efectivo y razonable. El Plan Centenario impulsado por Daniel Ahmed, jefe de la unidad técnica de menores, tiene pinta de ser bastante más sólido que los nominales proyectos que el fenecido burguismo nunca pudo rescatar de lo puramente nominal. Sostenido en la tan reclamada descentralización de nuestro fútbol, el Plan parte de una idea muy sencilla que Ahmed resume de esta forma: “Al existir equipos profesionales en diversas partes del país, estos chicos ya no se van a desarraigar, van a tener la posibilidad de hacer sus líneas de carrera en esos equipos. Eso lo que hace es potenciar el fútbol, es proceder como lo hace cualquier equipo desarrollado de Sudamérica, no es nada misterioso y eso debió existir hace rato”. A diferencia de lo que sucedió tras la eliminatoria de 1985, en esta ocasión se está aprovechando una coyuntura todavía favorable para tentar una oportunidad de progreso. Oblitas vivió en carne propia esta ausencia de porvenir: “yo tenía 34 años y seguía siendo titular de la selección. Me preguntaba quiénes eran los que venían detrás de mí, pero no había nadie”. Lo que vino después fue una legión de Chemos, Pumas y Balanes, quienes protagonizaron nuestro extenso declive. La previsión que otorga la experiencia, según los indicios, nos exonerará de un nuevo cataclismo.

Carrillo, Advíncula, Gallese, Tapia, Flores y Cueva son ya una feliz realidad, pero con ellos no basta. Los cracks que hoy se están gestando deben acompañar y consolidar la base de jugadores que en los próximos años enfrentará nuevos retos, especialmente el que todos ansiamos cumplir: que la clasificación a Rusia no sea solo casualidad, sino una costumbre. El futuro ya está aquí. Volver a llegar tarde a él sería imperdonable.

Esta nota fue escrita originalmente el 03 de julio del 2018. 

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