Ciudad del Vaticano, 6. (AP). Un humilde fraile mulato que hace cerca de cuatro siglos practicaba la caridad social en la América Española, es desde hoy San Martín de Porres.
El Papa Juan XXIII, desde su trono bajo la magnificencia de la gloria de Bernini en la Basílica de San Pedro, proclamó la santidad del que, en un gesto de sublime humildad, decía de sí mismo: “Perro mulato vil, hijo de esclava”.
Hijo natural de una esclava liberta panameña, Ana Velásquez, y del Hidalgo español, Don Juan de Porres, gobernador de Panamá, fray Martín subió a los altares 36 años después de que la orden de los dominicos a la que perteneció solicitara su canonización.
El largo proceso de canonización culminó hoy en la Basílica Vaticana en presencia de millares de católicos llegados junto a la Catedral de Pedro de los más diversos lugares de la tierra.
Y entre estos militares de peregrinos habrá muchos hermanos de raza del frailecito de color. Y buen número de barberos italianos que consideran a fray Martín su patrono porque este ejerció en el convento de Lima ese menester.
Dos misiones extraordinarias, una peruana, patria del nuevo Santo, y otra de España ocuparon lugares relevantes en presencia del santo padre.
Fórmula de canonización
Sentado en su trono, después de las ceremonias que precedieron en la propia Basílica de San Pedro a la proclamación, el Vicario de Cristo leyó la siguiente fórmula de la canonización:
“En honor de la Santa Trinidad, por la exaltación de la fe católica y la difusión de la religión cristiana, con la autoridad del Señor Nuestro Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pedro, y nuestra; después de madura deliberación y frecuente imploración de la ayuda divina, con el voto favorable de nuestros venerables hermanos, cardenales de la Santa Romana Iglesia, de los patriarcas arzobispos y obispos que están en la urbe (Roma), decretamos y definimos al beato Martín de Porres ser Santo y lo inscribimos en el Libro de los Santos: estableciendo que su memoria se deba recordar con pía devoción entre los Santos, cada año en la fecha de su muerte, esto es, el día 3 de noviembre”.
Desfile cívico fue grandioso
Con extraordinarias muestra de fervor religioso y regocijo cívico fue celebrada ayer en nuestra capital la noticia de la canonización de fray Martín de Porres, el moreno y humilde lego dominico que juntó en sus venas la altiva sangre de los quirites hispanos con la modesta de ascendientes africanos.
Hacía 295 años que nuestro país no conmemoraba un acontecimiento de tan excelsa naturaleza, desde el 12 de abril de 1667 en que Santa Rosa de Lima alcanzó la dignidad de los altares. Y es la primera vez que este hecho ocurre en nuestra etapa republicana.
La ciudad amaneció embanderada y asumió inusitado aire de fiesta. Las gentes, desde temprano, comenzaron a circular en gran número por las calles citadinas, y el comentario unánime aludía a las virtudes del lego dominico, del cual habrá de pasar algún tiempo hasta acostumbrarnos a denominarle santo.
El número central de la celebración consistió en el gran desfile cívico, que superó, por su volumen, a cualquier otra manifestación de que se tenga memoria, reafirmándose así, públicamente, el sentimiento católico de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
A las 12 del día fue conmovedor el alegre e incesante repicar de todas las campanas de la urbe echadas a vuelo, en tanto que el tronar de las salvas de artillería y el ruido de los aviones a chorro, las bombardas y cohetones, los vivas al Perú y fray Martín de Porres, hacían llegar hasta lo alto el eco del júbilo singular que embargaba a todos los peruanos por el reconocimiento de las excelsas virtudes de nuestro taumaturgo compatriota.
Hubo, asimismo, competiciones deportivas en diversos puntos de la gran Lima, en honor del nuevo santo; y en la basílica de Santo Domingo, en cuyo altar mayor había colocado la imagen de fray Martín, quedaron expuestas a la veneración pública sus reliquias, habiendo sido numerosísima la concurrencia que desfiló ante ellas para depositar a los pies de las urnas el fruto de su honda devoción.
El desfile
Colosales proporciones asumió el gran desfile cívico que tuvo lugar en la mañana de ayer con motivo de la canonización del beato Martín de Porres. Presidente de poderes del Estado, ministros de Estado, funcionarios públicos, instituciones religiosas, planteles escolares y fieles en general, recorrieron diversas calles de Lima en apretada masa que constantemente vio engrosada sus filas a lo largo de su ruta. No menos de ocho cuadras estuvieron colmadas con tal motivo, y con gran entusiasmo fue vivado el nuevo santo limeño que hace honor a nuestra patria. Al término del desfile, y ya en la puerta de la Basílica de Santo Domingo, se tuvo una decena de personas del sexo femenino que resultaron afectadas por la fuerte pugna que hubo al ingresar al templo, habiendo sido llevadas a puestos de primeros auxilios para su debida atención.
La concentración
Desde antes de las 10 de la mañana comenzaron a concentrarse los fieles y devotos de san Martín de Porres en las proximidades del templo de San Pedro. A las 10:30 a.m. hicieron su ingreso en la plazuela inmediata los vecinos del distrito de Fray Martín de Porres, encabezados por el personal de su respectivo municipio. El entusiasmo imperante era indenoscriptible y costaba algún trabajo ordenar a los presentes preparándolos para iniciar el desfile cívico.
Comienza el desfile
A las 11:00 a.m., hora exacta, se dio comienzo al desfile. En primer término, inició la marcha de la bandera del Perú, portada por el prefecto del departamento, a cuyo lado iba el R.P. Martín Sokolic, de la orden de predicadores, llevando el gonfalón pontificio.
Seguían en la misma línea, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Roberto F. Garmendia; el presidente del Senado, ingeniero Enrique Martinelli Tizón; el ministro de Relaciones Exteriores, doctor Luis Alvarado Garrido; y el ministro de Educación Pública, general de Sanidad, doctor Darío Acevedo Criado, a quienes posteriormente se unió, en el Jirón de la Unión, el presidente del Consejo de Ministros, ingeniero Carlos Moreyra y Paz Soldán, a quien acompañaba el ministro de Gobierno, doctor R. Elías Aparicio.
A continuación, venía un conjunto de bandas militares de la División Blindada, Regimientos 19 y 39, Grupo de Artillería de Campaña Nº 2 y Centro de Instrucción Militar del Perú, con un total de 250 hombres, al mando del teniente Emilio Cárdenas Bueno.
Unos metros más atrás, pasaron los ediles del concejo distrital de Fray Martín de Porres, seguidos por los integrantes de la Cofradía de Caballeros de San Martín de Porres, con sus mandiles y cordones e insignias. Un grupo de dichos cofrades portaba extendida en forma horizontal una gigante bandera peruana.
Después desfilaron las integrantes de la Cofradía de Mujeres de la Basílica de San Martín de Porres y algunas vecinas del distrito de ese nombre, siguiéndoles un poco detrás las alumnas del Colegio de Nuestra Señora de Copacabana.
Luego pasaron, con sus respectivas escoltas, los pabellones de guerra de los colegios: Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe, Gran Unidad Escolar Alfonso Ugarte, Gran Unidad Escolar Melitón Carvajal y Gran Unidad Escolar Mariano Melgar.
Unos pasos detrás seguían delegaciones de los siguientes colegios de mujeres, con sus respectivos estandartes: Isabel La Católica, Mercedes Cabellos de Carbonera, Teresa González de Fanning, Nacional Virgo Potens y Juana Alarco de Dammert.
Después venían los alumnos de la Gran Unidad Escolar Pedro Labarthe y los socios de la hermandad de Caballeros de Fray Martín de Porres, de Santo Domingo; de la hermandad de Cargadores de Fray Martín de Porres, de Sandia; de la hermandad del Señor del Santo Sepulcro, de Pueblo Libre; del Apostolado de San Judas Tadeo; la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís y el Colegio Nacional Rosa de Santa María.
Finalmente, un penitente, con los pies descalzos y portando una cruz de regulares dimensiones, precedía a los fieles en general que cerraban, en gran número, el desfile.
El recorrido
El desfile partió de la plazuela de San Pedro, entre vivas al Perú y fray Martín de Porres y aplausos del gentío que agitaba sin cesar banderitas peruanas, mientras las campanas de la iglesia de San Pedro repicaban alegremente, y por los altoparlantes se escuchaba el Himno Oficial de San Martín de Porres.
Prosiguió el desfile a lo largo del jirón Azángaro hasta la avenida Nicolás de Piérola, por donde continuó hasta la plaza San Martín, portal de Belén y Jirón de la Unión. A lo largo de la ruta, los balcones de las casas se exhibían atestados de personas que también desbordaban por las veredas de las calles.
Cuarentaicinco minutos después de haber salido de San pedro, la columna llegó a la plaza de Armas, escuchándose en ese momento bombardas y cohetones. Al pasar delante del local del Club de la Unión, una cariñosa ovación saludó a la columna que prosiguió pasando delante del local del Concejo Provincial de Lima, donde ediles y funcionarios municipales ocupaban sus galerías, hasta detenerse enfrente del balcón del Palacio de Gobierno que hace esquina con la calle Palacio, en donde se encontraba el jefe de Estado acompañado por su esposa y dos edecanes.
Las 12 del día
Exactamente a las 12 meridiano repicaron las campanas de la basílica metropolitana y la banda de músicos ejecutó alegres y rápidos aires marciales. Cien palomas fueron soltadas desde el convento de Santo Domingo; desde la plazuela del mismo nombre se hizo reventar numerosos cohetones; y los aviones de la Fuerza Aérea evolucionaron sobre el perímetro de la plaza de Armas, en tanto que se escuchaba un aplauso general por San Martín de Porres que era vitoreado intensamente.
Acto seguido la muchedumbre entonó con unción el Himno Nacional a cuyo término repitió muchas veces vivas al Perú y a Fray Martín de Porres.
Continúa el desfile
Luego la cabeza de la columna continuó su marcha por la calle de Correo hasta llegar al interior de la plazuela de Santo Domingo, en donde se advertía un castillo de fuegos de artificio.
Como las puertas de Santo Domingo se encontraban cerradas y comenzó a desordenarse la gente, la concurrencia oficial se retiró discretamente del lugar, apiñándose la multitud en forma desproporcionada.
El desorden
A pesar de que religiosos dominicos hacían señas a quienes se encontraban en el campanario a fin de que las puertas del templo fuesen abiertas, estas continuaron cerradas un buen lapso, en tanto que la gente seguía agolpándose. Al ser abiertas, tanto la de la Plazuela como la de la calle Pescante, se produjo lo inevitable, pues era imposible que pudiesen pasar simultáneamente tantas personas por un paso estrecho. Los ayes de las mujeres y los niños se escucharon por todas partes y el escaso efectivo policial resultó impotente para poner orden. Varias mujeres cayeron por tierra y algunas fueron pisoteadas. Los casos de asfixia demandaban urgente atención y resultaba imposible proporcionarla a causa de la avalancha humana que costó trabajo contener. Cuando más o menos se pudo restablecer cierto orden, cuatro mujeres fueron evacuadas con dificultad hacia el puesto central de primeros auxilios y otras llevadas al interior del convento para ayudarlas a reponerse. Muchas perdieron hasta sus zapatos a la entrada del templo. Luego la muchedumbre continuó avanzando hasta colmar, de bote a bote, las naves de la iglesia, dándose comienzo a la misa solemne en honor a San Martín.