Este es un momento triunfal. Son las diez de la mañana del 29 de julio de 1980 y el hall principal de El Comercio está cubierto por una lluvia de papel picado. De fondo se oye la sirena del diario, y desde los rincones llegan vítores y aplausos de los trabajadores. La bandera del Perú cuelga del techo, pero no por fiestas patrias. En la víspera, el presidente Fernando Belaunde ha anunciado la esperada devolución a sus dueños de los medios de comunicación que seis años atrás fueron expropiados por el gobierno militar de Velasco. Eso explica la expectativa en los pasillos del Decano. Tres hombres suben por la escalera principal. El del centro, evidentemente emocionado, consciente de la circunstancia histórica que protagoniza, es Alejandro Miró Quesada Garland, hijo de don Luis Miró Quesada de la Guerra, el director anterior, quien falleció dos años después de la confiscación.
En el bolsillo derecho de su chaqueta, don Alejandro lleva el papel donde su padre había escrito «¡volveremos!»; dentro de unos minutos ocupará su misma oficina e iniciará de manera oficial la nueva etapa. A la derecha de la imagen, con un pañuelo blanco en la solapa y un gesto de entusiasta serenidad, Aurelio Miró Quesada Sosa, el otro nuevo director, observa con atención el siguiente peldaño. El más apurado de todos es el hombre que va con la chaqueta desabotonada, Giovanni Herrera, secretario general del sindicato único, que parece correr para coordinar algún detalle imprevisto. Abajo han quedado los demás: funcionarios, dirigentes, incluso guardias, todos se saben testigos de algo trascendental. Casi cuarentaicinco años más tarde, esta foto sigue siendo símbolo de al menos dos nociones –la democracia y la libertad de expresión– que hace unos años se defendían a toda costa, y hoy se encuentran en serio peligro de extinción.