RICARDO LEÓN SOMOS
Parece la copia de un cuadro estadístico sobre la población de asegurados en el Perú, donde en lugar de número se usaron figuras de personitas, junto a la reproducción de la foto de un grupo de niños bañándose en un río, pero en realidad es una parodia sobre el desarrollo de mentira (serie “The progress of Peru”, 1998). Parece la instalación de un torito de Pucará inmóvil sobre los dos tomos envejecidos de las “Memorias” de Erwin Rommel, Mariscal de Campo del Tercer Reich, pero en realidad es un discurso breve y concreto sobre los imaginarios colectivos reales e irreales (“Torito”, 1999). Parece el retrato dibujado de una portada del New York Times de mayo de 1940, que relata cómo los nazis invaden Holanda y Bélgica, al lado de la reproducción (in)fiel del afiche promocional de la serie “Monstruo fatal”, con la actuación de Béla Lugosi en el papel de un científico loco (serie “El mundo en llamas”, 2010-2011)… pero en realidad es una protesta visceral aunque irónica sobre la guerra.
No es fácil definir o explicar el trabajo artístico de Fernando Bryce. Alguna vez el escritor y curador Rodrigo Quijano lo intentó: “El dibujo es aquí una herramienta de lo inmediato, de lo fugaz, y una exhumación de la imagen muerta y olvidada”.
Alguna vez explicaste que lo tuyo “no es fidelidad ni distorsión, sino algo intermedio”. ¿Qué es ese algo intermedio? Es difícil definir lo intermedio. Digamos que es un intermedio en varios aspectos, no solo en relación al material sino también a las prácticas tradicionales, las más modernas, el arte conceptual, el dibujo, la pintura. Confluyen modos de trabajar que tienen que ver, sí, con el arte conceptual, pero que luego se van diversificando porque incluso se aplican disciplinas como el periodismo, la investigación, la historia. Y, a nivel formal, hay dibujos estrictamente gráficos, hay otros más cercanos a las bellas artes y hay un trabajo con los claroscuros.
Pero además tu trabajo obliga a releer. Es una relectura de algo que tú has releído previamente. Es lo que tú llamas “análisis mimético”. Yo asocio imágenes y articulo un discurso crítico. La forma y la imagen componen un documento artístico. Lo que pasa es que siempre hay lecturas entre líneas, siempre hay un nivel de identificación en la lectura entre líneas, a veces mayor al que hay en la lectura líneas de un periódico o un afiche. Lo del análisis mimético no es ningún concepto teórico, solo nace del esfuerzo por describir algo. Yo analizo una serie de documentos, los separo y al final los reproduzco en un orden creado por mí. Se cuestiona las imágenes reproduciéndolas, paradójicamente.
Y tu relación con la pintura no se ha roto. Con el concepto formal de pintura, quiero decir. No se ha roto. En mi trabajo hay pintura, lo que no hay es color.
ARTE CÍVICO El taller de Fernando Bryce es un caos ordenado. Las paredes blancas, las mesas alineadas, los trabajos terminados ya colgados en la pared. En las cajas de plástico, los periódicos antiguos y las revistas viejas, materia prima para el trabajo. Pero también hay libros. “Peregrinaciones de un paria”, de Flora Tristán. “El proceso de la civilización”, de Norbert Elías. “La CIA y la Guerra Fría”, de Francis Stonor Saunders. “Sobre la superación del culto a la personalidad y de sus consecuencias”, de la editorial Novedades de la Unión Soviética. Las portadas de la revista El Arquitecto Peruano. Copias de expedientes desclasificados pero borroneados del FBI. Un pasaporte peruano viejo y un poco roto.
Una de las series pictográficas más comentadas de Bryce fue “Atlas Perú”, realizada entre los años 2000 y 2001, los más convulsionados de la historia moderna peruana. Caía Fujimori, se destapaba la verdadera dimensión de Vladimiro Montesinos como asesor. Se empezaba a saber quién era quién. Bryce incluso formó parte de colectivos de protesta contra el régimen. Al mismo tiempo, trabajaba una serie en la que se combinan la captura de video de la concurrida salita del Servicio Nacional de Inteligencia (SIN) con una portada del diario amarillista “El Chino” o el afiche turístico de PromPerú que muestra un huaco con una leyenda grande, paradójica, casi folclor político: “Empires of Mystery – The incas. The Andes. And los civilizations”. Lo de Bryce es un análisis del discurso.
¿Qué tan político eres? Uno ve tus trabajos, todos juntos, y podría pensarse como un manifiesto político permanente, directo. Mi trabajo tiene una carga política, definitivamente. Cuando hice la serie “Atlas Perú” pasaban cosas los mismos días en lo que trabajaba, era como hacerlo en tiempo real, y yo además andaba en colectivos como Resistencia, y otros. Fue un momento intenso.
No llegas a ser un anarquista, sin embargo. No soy un anarquista, y de hecho creo en ciertas estructuras, en cierto orden. Me interesa la izquierda democrática, por eso. Y hay que profundizar una democracia por un tema de principios. Ahora hay varias cosas que están sucediendo al mismo tiempo: el país atravesó un período de violencia fuerte, violencia terrorista y violencia de Estado. Luego hubo una dictadura nefasta, pero al mismo un cambio social a partir de reformas liberales. Pero siempre diré que los extremismos son detestables.
¿Cómo criticas desde al arte algo que detestas? Pues lo vuelvo a mostrar, dándole un nuevo contexto. Trabajo remontando la historia, porque en la historia no está todo dicho.
LA CRÍTICA Y LOS CRÍTICOS La mitad del tiempo que ocupa el trabajo artístico de Fernando Bryce lo ocupa rebuscando. Caminar por el jirón Quilca y escarbar en archivos de revistas, o bucear en bibliotecas y en archivos personales de diarios o afiches de cine. Es como leer un enorme libro de historia, en cualquier orden. Lo que sigue es seleccionarlo, llevarlo a la tinta y darle un orden arbitrario (porque esa es la idea).
En algún momento alguien criticó tu trabajo por, digamos, un exceso de pop: copiar documentos o gráficos, trabajarlos y colgarlos en una pared. Tú lo defiendes bajo dos argumentos: es arte y es un discurso propio. Mira, a mí me gusta la pluralidad, y en ese sentido soy bastante liberal. No tiene sentido negar su condición de arte a un trabajo artístico que no te guste, es absurdo. Yo defiendo la libertad de expresión y defiendo el arte comprometido, el arte que no transa.
Finalmente, es arte conceptual. Es arte conceptual. Lo que se dijo de mi trabajo son expresiones, creo, penosas, pero con las que hay que convivir. No es correcto descalificar a un artista por el simple hecho de que no te guste su trabajo. Te puede gustar o no el arte conceptual, pero no lo puedes descalificar o negar s categoría de expresión, de arte. Pero no me quita el sueño. Yo asocio imágenes y creo un discurso, y ese discurso es una crítica. Y material no me va a faltar nunca.