Si hubiera necesidad de ser arbitrario en el análisis del encuentro y decretar el porcentaje de responsabilidad que tuvo Lionel Messi en el triunfo del Barcelona sobre el Bayern Múnich en la semifinal de la Champions League, habría que escribir que el argentino se acercó al 100%.
Pero el fútbol que Messi engalana en generoso para aceptar todo tipo de opiniones. Los alemanes se habían esforzado por ser un equipo ordenado y muy atento a los movimientos de Leo en el terreno, casi neutralizándolo hasta el llegó el gol que abrió el partido.
Principalmente Xabi Alonso había estado cerca de Messi, pero tomando una marca en posta con Lahm y Bernat. Hicieron un gran trabajo en el primer tiempo e incomodaron al astro que cayó en una nebulosa de peligro. Hubo pasajes extraños en Messi porque por momentos ni siquiera iba a la marca del hombre que le correspondía en zona y en otra acción cometió una falta sobre Alonso que pudo ser tarjeta amarilla. No se lo veía feliz.
En el segundo tiempo el orden alemán fue más intenso. Pero Messi propuso un reto consigo mismo y sacó adelante el difícil encuentro con la magia que solo él tiene en los botines. Superó la estrategia impuesta en su contra con habilidad pura y le puso punto final a cualquier esquema de pizarrón, preparación física y concentración de los bávaros. Messi fue Messi y cuando eso pasa, solo queda la resignación del que soñó con quitarle la pelota y ganarse un aplauso.
Así llegó el primer gol en el que a velocidad y con astucia sacó un zurdazo muy complicado para Neuer y lo consiguió vencer. No dejó pensar al destacado arquero alemán, que cuando reaccionó ya tenía el balón cruzando la línea de su pórtico.
Es posible que haya sido el gol que Messi más haya gritado en su vida. Ni con la selección argentina ofreció una euforia parecida que solo puede ser descrita como la manifestación inequívoca de asumirse como el mejor del planeta.
Su segundo tanto fue otro alarde de talento. Ante el achique de Neuer -casi infalible durante el partido- Leo acomodó la pelota para su pierna derecha y la pinchó sobre el enorme golero que no se esperaba semejante sutileza. Rafinha se arrojó a intentar el despeje pero demasiado tarde. En tres minutos (77' y 80') prendió todas las luces del Camp Nou en un choque en el que no se le venía permitiendo la brillantez.
Después asistió exacto a Neymar para el tercer gol y redondeó una actuación fantástica. Una más, pero que tiene una resonancia superior al tratarse de una virtual clasificación a la final de la Champions League ante el Bayern que llegó con su mejor entrenador: Pep Guardiola. Le tomó la palabra cuando en la previa reconoció que “así como está, es imposible parar a Messi”.