El caso Cueva no soporta ya otro día sin pronunciamiento. Hablamos de un 10 que podría -dixit Diego Rebagliati- “sentarse a la mesa de los grandes volantes con Uribe, Cubillas y Chorri”, pero de un pelotero desadaptado que también podría compartir cerveza con ‘Kukín’, ‘Machito’ o el ‘Pompo’.
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Cueva ha vivido en el filo entre una versión y la otra durante largos años, pero a los 32 solo le queda definirse. O se abraza a este último tren llamado Cienciano, que le ofrece la titularidad y la continuidad de una vida entrenada, o se detiene en el volante-problema que chupa de tarde, se excede de noche y trastabilla de madrugada. Hoy es la denuncia de su esposa por violencia doméstica, ayer fue la juerga de la que volvió miccionando. Son demasiados escándalos que se envilecen y acanallan la figura de quien supo ser nuestro mejor jugador en el casi rumbo a Qatar 2022.
En todo caso, lo que sí debería estar claro es que la selección es consecuencia del buen rendimiento en un club y que Cueva no podría estar hoy ni de invitado. De hecho, el 10 dejó en off side al propio Fossatti, que -inocente y candelejón- le ofreció la selección como quien ofrece una clínica de recuperación durante la Copa América. Los continuos roches de Cueva no merecían ese trato de seleccionado que se le dio. Hay una vara alta al que el chato Christian no llega y el técnico no supo medirlo. El papelón ha sido mutuo. Y hoy ni Fossati puede estar de su lado. Es más, sospecho que ni papá Gareca lo habría llamado esta vez.
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