Tienen razón los que consideran que Alianza Lima no obtuvo los méritos deportivos para disputar el título nacional porque no fue mejor en al menos uno de los cuatro rubros calificables de la temporada: Torneo de Verano, Apertura, Clausura o Acumulado. Pero también tienen argumentos los que exponen que los íntimos llegaron a esa instancia amparados por el reglamento que nadie criticó en enero y que le da ese derecho insoslayable; por ende, no le regalaron nada. No tiene sentido, entonces, alimentar a estas alturas una innecesaria discusión sobre la imperfección de nuestro Descentralizado que ha sabido forjarse con muchos dislates año a año. Toca definir al campeón en una final que siempre genera el morbo necesario en una instancia que se juega con nervio y corazón.
La definición tendrá un condimento adicional, pues siempre es atractiva la ambivalencia entre dos equipos que proponen ideas distintas: uno apuesta por el control del balón y el otro por la verticalidad. Calificar a uno mejor o más bonito que el otro sería entrar en una valoración totalmente subjetiva que tampoco lleva a conclusiones importantes. Los dos eligieron vías distintas y se encuentran en el mismo punto, a la misma distancia de la gloria. Sin embargo, sí se puede hablar de efectividad. En ese rubro es Cristal el que saca una ventaja con 27 triunfos y 108 goles en 46 partidos (2,34 de media) contra las 21 victorias y 65 conquistas de los blanquiazules en la misma cantidad de encuentros. Defensivamente, los cerveceros también han mostrado una importante solidez (36 tantos recibidos) que contrasta con una insospechada fragilidad de los victorianos a los que se les achaca jugar a la uruguaya (52 permitidos, más de uno por encuentro).
Pugilísticamente hablando, Cristal tiene la capacidad de demoler a golpes a su rival. Tiene muchos recursos y un buen abanico de opciones para enviar a la lona a sus oponentes. Alianza, en cambio, posee una mano pesada y una fuerte mandíbula para aguantar en situaciones extremas. Sus inesperadas victorias por nocaut son una patente que lo hace temible. Esa dicotomía enriquece el duelo.
Para los cerveceros es fundamental la apertura del campo, con extremos que llevan el gran peso del trabajo ofensivo buscando la amplitud con velocidad y habilidad para habilitar a un Herrera en estado de gracia. El entramado del juego cervecero requiere una salida limpia con hombres acostumbrados a llevar el balón con prolijidad hasta el área rival. Hay un cierto refinamiento en la apuesta del Cristal de Salas.
Para los victorianos la ecuación es más sencilla, más pragmática. Opta por sembrar a sus laterales como defensores para que sus medios interiores sean los que busquen jugar largo. Ese camino se ha acentuado mucho más en el último tramo de la temporada con la merma en el rendimiento de Hohberg y Quevedo, quienes ofrecían una variante distinta abriendo la cancha y buscando desbordar a los laterales rivales para luego buscar la cabeza de Affonso. Exprimir las opciones, sobre todo las pelotas paradas y el juego aéreo, es la impronta del Alianza de Bengoechea. El que gane será el mejor. Luego ya no habrá más discusiones.
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