Final del Abierto de Australia SET 1 SET 2 SET 3 SET 4 SET 5 Rafael Nadal 3 2 6 3 Stanislas Wawrinka 6 6 3 6
El suizo Stanislas Wawrinka conquistó hoy su primer torneo de Grand Slam al derrotar por 6-3, 6-2, 3-6 y 6-3 a un lesionado Rafael Nadal en una desconcertante final del Abierto de de Australia. Número tres del mundo desde mañana, Wawrinka mostró un tenis fulminante en el primer set, que era el primero que ganaba en 12 enfrentamientos con Nadal. El servicio del suizo era imponente, la autoridad con su derecha, arrasadora, y el revés, una obra de arte. Nadal corría por el fondo de lado a lado y terminaba atónito cada punto. El tenis que le llegaba de enfrente era imparable. Así, con un ace a 187 kilómetros por hora el suizo se llevó el set inicial por 6-2 en 37 minutos. Rod Laver, Pete Sampras y Chris Evert observaban desde el palco principal y todo el estadio creía estar en los prolegómenos de una gran final, porque a nadie se le pasaba por la cabeza que el mayor luchador del circuito, Nadal, se rindiera sin presentar batalla. Promesa de noche larga y emocionante. Pero algo extraño estaba sucediendo. Entre la resolución del primer set y el inicio del segundo, Wawrinka ganó 12 puntos consecutivos, algo insólito si el rival es Nadal. Ya en el tercer juego de ese set quedó claro que el español no estaba bien. No podía rotar, no podía moverse, la velocidad de su servicio había bajado por debajo de los 130 kilómetros por hora. Luego se sabría que era el músculo lumbar. La final ya no era la que podría haber sido. Un anticlímax se apoderó de la noche australiana, el dulce calor de Melbourne se tornó repentinamente incómodo, porque nadie sabía qué estaba pasando. Nadal llamó en el 1-2 del segundo set al fisioterapeuta y enseguida le dijo al juez de silla, el portugués Carlos Ramos, que se iba al vestuario. Se fue caminando sin fluidez, rígido. Wawrinka, sólo en la inmensidad del Rod Laver Arena, miraba sin entender desde su silla. Enseguida le preguntó a Ramos qué sucedía, pero el juez se negó a darle detalles. “Puedes elegir: o lo discutes o lo aceptas”, le dijo el portugués mientras sectores del estadio comenzaban a silbar al suizo, que optó por dejar la silla y comenzar a estirar y mover el cuerpo mientras esperaba a su rival. Tras siete minutos, el español volvió caminando serio y sin camiseta. Y entonces se desató lo impensable, una amplia silbatina desde casi todos los sectores del estadio dirigida al número uno del mundo, uno de los hombres más populares del circuito. El drama era total. Nadal sacaba a 124, a 121, a 116 kilómetros por hora, alguno de sus servicios ni siquiera superaba la red. El español se hundía vertiginosamente en un pozo que lo llevaba directamente a un cruce de manos anticipado en la red. En sus ojos asomaban lágrimas. Perdió el segundo set por 6-2, pero no abandonó. Por orgullo y por respeto al rival intenta jugar siempre hasta el final. Pero lo que nadie esperaba era que, sacando al 50 por ciento de su capacidad y moviéndose apenas, Nadal se llevara 6-3 el tercer set. El español había dado dos pasos adelante para evitar que lo movieran por el fondo, mientras el suizo naufragaba en un concierto de errores. Comprensible: la final que venía jugando -y ganando- ya no estaba, se había esfumado. Psicológicamente no le era nada sencillo lidiar con un rival en desventaja física. Wawrinka parecía avergonzarse de ganarle puntos a Nadal, que, herido, era sin embargo muy peligroso. Los antiinflamatorios habían comenzado a surtir efecto y el español defendía su saque sirviendo ya a 180 kilómetros por hora. Enseguida Nadal demostró que no estaba dispuesto a regalar nada. Pidió -y acertó- la entrada en acción del ojo de halcón para convertir en mala una pelota cantada buena de Wawrinka. Así y todo, con volver a jugar el tenis del primer set, la victoria del suizo estaba garantizada. Pero no podía. Tan culpable como confundido, Wawrinka sufría para recuperar el control del partido. Lo hizo pese a todo, se adelantó 4-2 para perder su saque, pero quebró de nuevo el de Nadal para situarse 5-3. El título estaba en sus manos, y esta vez, con un revés paralelo que Nadal sólo pudo ver pasar, no falló. Tras una final de pesadilla, el sueño era realidad.