Las empresas en el mundo han transitado de la contribución a la participación, de la filantropía corporativa a involucrarse en una sociedad que les exige rendir cuentas, pues ella las juzga por su acción en todos los ámbitos. Así, se las acepta o rechaza. Esto lleva a las compañías a una nueva forma de hacer negocios.Follow @PortafolioECpe !function(d,s,id){var js,fjs=d.getElementsByTagName(s)[0],p=/^http:/.test(d.location)?'http':'https';if(!d.getElementById(id)){js=d.createElement(s);js.id=id;js.src=p+'://platform.twitter.com/widgets.js';fjs.parentNode.insertBefore(js,fjs);}}(document, 'script', 'twitter-wjs');
Para ello, las empresas deben ser guiadas por un propósito: deben conectarse a un valor superior a ellas mismas que las lleve a participar y colaborar con la sociedad. Ello debe ser parte del enfoque de su negocio, debe correr por sus venas y no puede quedar en paneles que adornan las paredes de sus oficinas, debe plasmarse a diario en acciones concretas que la sociedad perciba como beneficios.
Hay empresas que se quedaron en el pasado, pero existen otras que se alínean a esta tendencia, el problema es que, algunas veces, no lo comunican o no lo hacen correctamente. Comunicar es fundamental, pero aún hay compañías en el Perú para las que esto no es una prioridad.
La comunicación corporativa, hacia adentro y hacia afuera, es indispensable, no basta con hacer las cosas bien. Se trata de una comunicación donde no solo se informa, sino que se busca empatía con las comunidades a las que se sirve; escuchar, reconocer y atender es más eficiente que un intercambio de argumentos.
En muchos distritos, donde existen proyectos mineros, ganó el Frente Amplio con un discurso crítico hacia la minería. Cocachacra en Arequipa y donde se ubica Tía María es un ejemplo (también Ichuña, Torata, Pocohuanca y otros lugares). Las razones pueden ser muchas y no son motivos de análisis aquí, pero sí hay que mencionar una variable de peso que se relaciona a lo que describí al principio.
En estos lugares, la presencia del Estado es escasa, no goza de credibilidad para erigirse como árbitro entre quienes no se ven con confianza: comunidades y empresas mineras.
Ante un Estado incapaz o limitado, la empresa minera tiene que avanzar a otro paso. Respetuosa de las leyes, debe empoderarse, tomar de la mano su propósito y buscar un diálogo auténtico con las comunidades; conectar sus necesidades y expectativas más allá del aporte del Gobierno. No se puede esperar nada de nadie. Pero, si estas compañías no tienen claro su propósito, ello no es posible. No se trata de lograr una licencia social, sino el desarrollo de ambas partes.