CARLOS MELÉNDEZ. Politólogo
James Robinson está en Lima para participar del II Foro Industrial “Industrialización e Institucionalidad: Cimientos para el desarrollo” hoy. Robinson es el profesor de Gobierno David Florence de la Universidad de Harvard y miembro del Instituto para la Ciencia Social Cuantitativa y del Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales. Estudió Economía en la London School of Economics, y en las universidades de Warwick y Yale. Hoy dedica sus investigaciones al desarrollo comparado de la economía y la política con una orientación al largo plazo y enfocado en América Latina y el África Subsahariana.
Es, junto a Daron Acemoglu, autor del libro “Por qué fracasan los países: el origen del poder, la prosperidad y la pobreza”. Conversó con Portafolio en octubre del año pasado y hoy recordamos lo que nos dijo.
¿Cómo descubre un economista que la historia y la política son instrumentos a incorporar en su análisis para comprender el progreso de las naciones?
Cuando era joven era miembro del Partido Laborista. Esto se dio durante finales de los setenta en Inglaterra, con Thatcher, monetarismo, libre mercado, privatización. Era una época de protestas sociales y conflicto, de huelgas, y todos los debates políticos tenían que ver con la economía. Es así que decidí enseñarme a mí mismo economía. Y [luego de pasar por el London School of Economics y Yale] lo que pasó es que comencé a encontrar las clases ya muy economicistas. Todos hablaban de las malas políticas de estos pobres países pero, ¿por qué? Y fue así que en la biblioteca de Yale encontré, de casualidad, el libro de Robert Bates “Markets and States in Tropical Africa”. Lo leí y pensé: ¡Esto es! Esta es la manera cómo había que pensar el desarrollo. Fui con un profesor y le pregunté: “¿No deberíamos hablar de esto en clase porque nos dice lo que está detrás de estas malas políticas?”. Y respondió que no, porque es un libro sobre política. Ese libro cambió mi manera de comprender los hechos. Creo que lo más provechoso de mi carrera ha sido poner todos aquellos temas que me parecen importantes y llevarlos a mi investigación. Si bien somos economistas, y encuentro sus teorías fascinantes, la economía es parte de la explicación, no el todo. Coincidimos en este punto con [Daron] Acemoglu porque tenemos la misma frustración sobre cómo poner todas estas cosas juntas de la manera más simple posible. ¿Qué hemos aprendido sobre el desarrollo en los últimos veinte o treinta años como comunidad académica?
Cuando era un estudiante doctoral, el desarrollo era enseñado de una manera extremadamente insatisfactoria, superficial. Ahora es mucho mejor. Puedes estar o no de acuerdo con determinados énfasis, pero se abordan los problemas más fundamentales de los países pobres. Por ejemplo, para mí el énfasis psicológico de cómo la gente pobre toma decisiones racionales no tiene sentido; pero me parece un enfoque mucho más sustancial que la visión simplista del desarrollo que piensa que los países son pobres porque no ahorran. Los economistas de las ciudades colombianas (‘de tierra fría’) tienen una mala interpretación de cuáles son los problemas, que viene de teorías respetadas que aprendieron en sus posgrados pero que aparecen completamente irrelevantes si no comprendemos la historia y la sociedad de El Chocó, por decir un ejemplo. Por otro lado, la economía se ha vuelto más empírica, en comparación de cómo era cuando estaba en el posgrado. Se ha vuelto mucho más libre con respecto a las preguntas que hace. Los factores que consideraban relevantes para entender sus modelos ya no son tan limitados.
Desafortunadamente, todavía hay aquellos que se obsesionan con la metodología. Pero en términos de desarrollo, ahora se hacen preguntas más fundamentales de por qué algunas sociedades son diferentes. Creo que estos nuevos temas que han traído a la mesa harán a la economía mucho más atractiva para los próximos años. Irónicamente, a los economistas todavía les cuesta hablar de política. Prefieren encerrarla bajo la etiqueta de irracionalidad porque es más conveniente para ellos, porque así se les hace más fácil encontrar explicaciones ‘simples’, respuestas ‘sencillas’, pero sobre la base de atajos que dejan sin explicar. Pero en el fondo, no explican patrones sistemáticos de desarrollo y subdesarrollo. Y así un país cualquiera resulta siendo pobre por casualidad. Entonces, pasan la vida haciendo experimentos preguntándose si esta política puntual funciona o esta otra no. Son mis amigos, y son brillantes, pero simplemente no la ven. De acuerdo con “Why Nations Fail”, existen dos tipos de instituciones que son claves para entender el éxito de las naciones. A aquellas que eligen instituciones inclusivas (que aseguran la propiedad privada, un Estado de derecho no sesgado, que garantiza libertades económicas y políticas) les irá mejor que a aquellas que optan por instituciones extractivas (aquellas diseñadas para extraer ingresos y bienes de un grupo de la sociedad para beneficiar a otro). ¿Crees que el signo político de los gobernantes, las ideologías que adscriben, influyen en la elección de las instituciones que eligen para sus países?
Creo que no. ¿Qué es el Partido de los Trabajadores en Brasil? ¿Es derecha o izquierda? Ese partido ha emprendido importantes avances en inclusión. ¿Qué es el MAS en Bolivia? Es una coalición rara, de izquierdistas radicales e intelectuales marxistas como el vicepresidente García Linera. Es complicado. Es como ir dos pasos adelante y uno atrás. Pero es fabuloso, porque en ese país tienes una ‘cholita’, a una mujer tradicional en el gabinete de ministros. No puedes tener una sociedad moderna incluyente si tienes a la población indígena excluida y reprimida. Yo siempre he tenido problemas con la definición de izquierda y derecha. Sé que mis colegas politólogos como Steven Levitsky usan con facilidad esta división. A mí me cuesta aplicar estos conceptos a América Latina. En otros contextos como África Subhariana, por ejemplo, me queda claro que no se aplican. Allá la política tiene que ver con la identificación política de la gente en términos de etnicidad y religión. Sé que Chávez, los Castro y Cuba son un extremo, pero si uno ve los países latinoamericanos en profundidad, es muy complicado. ¿Qué era, por ejemplo, el ex presidente Uribe? ¿Un derechista? Probablemente un conservador. ¿Cómo un economista como tú entonces entiende las divisiones políticas al interior de los países latinoamericanos?
Acepto que en el libro hemos diferenciado a América Latina de América del Norte, pero reconozco que hay heterogeneidad al interior de cada región. Hay muchas diferencias. Por ejemplo, en Colombia puedes decir que ante la división centro y periferia, el centro explota la periferia. Como argumento es simplista, pero gruesamente correcto. En Argentina, puedes decir lo inverso: que la periferia ha dominado al centro. Desde la constitución del siglo XIX has construido un aparato legal que sobrerrepresenta a las provincias en desmedro de Buenos Aires. Creo que en términos generales, mi argumentación de América Latina como una región donde predominan las instituciones políticas extractivas es la correcta, pero reconozco que hay una amplia variación al interior del continente. Sería ideal tener el conocimiento y el tiempo para profundizar en cada uno de los casos, porque creo que en los detalles de estas sociedades están las diferencias de cómo emergieron por caminos distintos de este origen colonial común. Precisamente para tu argumentación, el “path dependence” colonial es clave para entender el porvenir de las naciones. ¿Cómo lidiar con esta suerte de fatalidad?
A través del cambio político. Brasil es un caso interesante de cómo manejaron su legado colonial. La articulación de diferentes movimientos a partir de una propuesta gubernamental es de abajo hacia arriba como Porto Alegre y el mismo PT, a pesar de que son movimientos heterogéneos. No soy un experto en Brasil, pero mi impresión es que hay un cambio masivo a partir de atender la desigualdad. De acuerdo, hay problemas de corrupción e ineficiencia, pero la gente está llevando sus demandas a partir de la protesta, lo cual es bueno. En este país, Colombia, el más desigual de América Latina, si la gente protesta le dicen que están infiltrados por la guerrilla, deslegitimando sus demandas. Protestar es saludable y legítimo, y el Gobierno Brasileño busca responder.
La salida a esta fatalidad es un cambio en el equilibrio político. Es difícil lograr una coalición política y social amplia que tenga la voluntad de salir de esa situación. Ahí tenemos a la primavera árabe para ver lo difícil que es lograr el cambio. Mira cómo Egipto ha vuelto rápidamente a la situación anterior luego de haberse envuelto en una muestra masiva de acción colectiva y luego de tanta esperanza. De acuerdo. ¿Pero, cómo construir una amplia coalición política cuando tienes dos grandes obstáculos que son significativos en varios países de América Latina: en primer lugar, un amplio sector informal cuyas demandas no sabes cómo representar, y luego partidos políticos debilitados, casi inexistentes?
Cuando careces de este tipo de instituciones, ya sean partidos u otros formales, se impone la autoridad carismática, como diría Weber. ¿Qué es Correa, Chávez o Fujimori? Son ejemplos de autoridad carismática que en el largo plazo resultan inútiles para la construcción de instituciones. Veamos el caso de Mockus en Bogotá, quien mejoró la administración pública y la seguridad. Hizo cosas increíbles. Luego vino Peñalosa, luego una izquierda que inició una administración populista, y todo se vino abajo con Moreno. ¿Por qué? Porque Mockus y su gente eran fantásticos, pero no diseñaron un sistema de gobierno y una administración para gente no fantástica. Debemos volver al federalista (Madison). Mockus era un ‘ángel’, pero esa es una situación inusual. Si una sociedad está regida por ‘ángeles’, no necesitaríamos control y balance de poderes constitucionales. Cuando tenemos hombres gobernados por hombres, estamos ante una situación diferente. Mockus era también una autoridad carismática y, por lo tanto, tenía los mismos problemas que los otros casos enunciados. Con autoridades carismáticas puedes hacer que las cosas se muevan. Uribe también era una autoridad carismática y logró conquistar un equilibrio político, para bien o para mal, pero luego tienes que institucionalizar todo. ¿Qué es lo que está pasando en Venezuela ahora? El chavismo va a desaparecer completamente, quizás. ¿No es lo que le va a pasar también al fujimorismo?
El fujimorismo sigue vigente. No solo ha tenido una candidata presidencial relativamente exitosa, sino que además mantiene un sector del electorado cautivo.
No lo sabía. En todo caso, el cambio político es lo que rompe el “path dependence”. Pero sí, América Latina está lleno de casos que te muestran lo difícil que es producir cambios. Por ejemplo, sobre Argentina de los noventas algunos se animaban a decir que era un nuevo país, pero no era cierto en realidad. No hubo una transformación política de raíz, sino un partido político cambiando de estrategia. Desde afuera parecía un gran cambio, pero si lo ves a profundidad. Este es el tipo de cosas que los economistas tardan en comprender. Los economistas ven el cambio en las políticas económicas y sociales, y piensan que ya es un nuevo y distinto país. En ese sentido, los politólogos comprenden mejor reconfiguraciones políticas como la tesis de Levitsky sobre cómo el peronismo se reinventó, aunque a nivel fundamental no hubo grandes transformaciones políticas. Volvamos al tema del sector informal, pero vinculándolo con el crecimiento económico. Es el caso del Perú: un país orgulloso de sus cifras económicas, pero que no se percata de que parte importante de los avances se deben a las contribuciones del sector informal de la economía.
El Perú lo está haciendo mejor que Colombia. Pasé unos feriados en el Perú y vi una costa emergente —aquella zona norte con alta producción de productos exportables no tradicionales como los espárragos—, pero las ciudades rodeadas de pueblos marginales, muy probablemente de migrantes que llegan de la sierra para entrar en contacto con ese ‘boom’. Claro, seguro que no tienen contratos y el empleo es temporal y sin seguro social. Pero si lo comparas con Colombia, ahí tienes campesinos cuyas actividades son de subsistencia, una agroexportación que reproduce los niveles de desigualdad, y en medio del dominio de paramilitares y ex paramilitares. En ese sentido, la agroexportación peruana se ve más inclusiva a pesar de su informalidad. No lo sé, suena como paradoja. De acuerdo, pero para construir instituciones económicas y políticas inclusivas tienes que primero representar estos sectores dinámicos de la economía, ¿cierto? Necesitas representación política para construir instituciones. ¿Cómo representarlos como paso previo a construir coaliciones e instituciones que rompan con la fatalidad de estos países?
Tradicionalmente, el sector informal conduce a este tipo de política carismática. Es fácil movilizar este tipo electores bajo un liderazgo carismático. Al menos en Argentina, estos tienden a estar asociados con maquinarias políticas y clientelismo.
Pero qué sucede en países como el Perú, en que este sector dinámico e informal de la economía en lo político no demanda gran cosa al Estado, no confía en lo que el Estado puede hacer por ellos. Es decir, ni siquiera les da como para plantear una relación clientelar. Solo piden que el Estado no interfiera en sus proyectos individuales o, en el mejor de los casos, que resuelvan problemas del tipo de seguridad ciudadana.
Si no tienes una agenda para dirigir el país, el escenario suena a oportunidad perdida. Una posibilidad para un político que no quiera construir instituciones es porque no quiere amenazar intereses más poderosos, y busca paz y tranquilidad para sí mismo. Es el tipo de gobernante que se satisface con administrar la renta extractiva, que goza el país por el momento y se centra en un limbo en el que nadie, no solo el mandatario, tiene una idea de hacia qué dirección llevar el país. Colombia estaba en un limbo similar hasta que apareció Uribe. Antes no sabías qué hacer con Pablo Escobar o con la guerrilla. Nadie tenía un programa. ¿Cuál es el programa de Juan Manuel Santos ahora? Uribe tenía un programa, podías estar de acuerdo con él o no, podía gustarte o no, pero tenía un plan de cosas que cambiar. Míralo ahora, es el político colombiano más popular de la historia.
No es casual que terminemos recurriendo al ejemplo de Uribe que es comparable con Fujimori en el Perú. Es decir, liderazgos personalistas que apelan a la eficiencia para proponer sus proyectos políticos y de paso construir identificaciones políticas a nivel individual antes que instituciones políticas.
No es casual.