Esta semana se anunció a los cinco finalistas de la segunda edición del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, que convocan el Ministerio de Cultura y la Biblioteca Nacional de Colombia. Recordemos que este se ha convertido en uno de los más codiciados en el mundo —sobre todo refiriéndonos al relato breve—, que recompensa con cien mil dólares al autor del mejor cuentario publicado el año previo, y que su primera versión la ganó Guillermo Martínez, con “Una felicidad repulsiva”. Un jurado compuesto por celebridades como Margo Glantz y Alberto Manguel ha seleccionado al mexicano Juan Villoro, con “El apocalipsis (todo incluido)”; la ecuatoriana Gabriela Aleman, con “La muerte silba un blues”; la boliviano-venezolana Magela Baudoin, con “La composición de la sal”; el chileno Mauricio Electorat, con “Alguien soñará con nosotros”; y el peruano Carlos Arámbulo, con “Un lugar como este”. Si usted acaba de levantar una ceja preguntándose quién es Carlos Arámbulo, sepa que el suyo no es un caso aislado. El aislado, más bien, es Arámbulo. Al menos hasta ahora.
Vida...Algunos datos: Carlos “Cali” Arámbulo es limeño, tiene 50 años, 25 de casado, dos hijos (de 23 y 21). Ingresó a Letras de la Católica con la idea de seguir Derecho, pero su camino se torció cuando comenzó a frecuentar las aulas de lingüística con sus primeros escritos bajo el brazo. Un día Luis Jaime Cisneros le dijo que más le valía pasarse a San Marcos, donde podría dedicarse a lo literario. Y le hizo caso. Trabajó como traductor del inglés y del francés, periodista cultural, editor de libros de arte, visitador médico. Un día se animó a cursar un diplomado en Marketing y hoy es jefe de producto en un gran laboratorio. Hace veinte años escribió en solo un mes la primera versión de Un lugar como este, para luego abandonar la narrativa: perdió la fe. La retomó hace diez, cuando se topó con el manuscrito. Lo reescribió durante siete años más, lo pulió hasta el 2012. Desde entonces cursó una maestría en Literatura Hispánica, ha escrito dos libros de cuentos más, tiene avanzadas dos novelas, tradujo el clásico “Lustra”, de Ezra Pound, y publicó un poemario (Acto primero). Este año obtuvo el Copé de Plata con su relato “Fifteen”. El libro de cuentos que lo coloca hoy al lado de autores como Villoro y Aleman salió a la luz con un tiraje pequeño, por fin, en abril del 2014. Hoy casi no existen ejemplares. Nunca ha participado de lo que podríamos llamar la socialización de la literatura, y no solo por falta de voluntad. Simplemente no le han hecho ni una entrevista, su nombre no figura en listas ni antologías. Sus dos títulos no se lucen en las librerías. “Hace mucho tiempo comprendí que no podría vivir de la creación literaria —cuenta—, así que decidí hacerlo para ella”. Además de ganarse la vida como un destacado ejecutivo de marketing y escribir, Arámbulo cursa un doctorado en San Marcos, es tablista, practica la pesca submarina y es cinturón negro de karate. En casa amparan perros callejeros (el más viejo, ya ciego, se llama Borges). “Me parece injusto que te hagan nacer para que te mueras. Por eso le saco el jugo a la vida”, dice antes de liquidar un expreso con leche.
...y obraUnos hombres regresan a un pueblo llamado Calderas para cumplir la voluntad de su fundador de ser enterrado ahí, un lugar misterioso que parece erigirse al margen de la realidad convencional. Y es en medio de ese ambiente enrarecido que terminan siendo testigos de un suceso sorprendente, el cumplimiento de un sueño profético. Este es más o menos el argumento del primero de los seis relatos del libro, y el primero también que escribió su autor y que prefiguró el conjunto: cuando lo acabó, Arámbulo descubrió que había dado con una de esas vetas creativas que resultan tan preciadas por los artistas. Tenía los personajes y el clima sobre los que quería seguir trabajando, empleando múltiples voces y recursos estilísticos que le dan al libro un aliento complejo, diríase incluso barroco. Y acaso lo más importante, dio con Calderas, un pueblo “reseco y arrugado”, “sin agua siquiera para mojarse la punta de la lengua” que podría estar ubicado en la costa norte o, ya puestos, en cualquier parte de cualquier país de Latinoamérica; un espacio geográfico y mental en la tradición del Yoknapatawpha de Faulkner y el Macondo de García Márquez (ídolos del altar de Arámbulo), así como con el Santa María de Onetti y, especialmente, con el Comala de Rulfo. Los seis cuentos de este libro tan alejado en fondo y forma de la tradición local —remoto, si pensamos en lo contemporáneo— están dispuestos de tal manera que se podrían leer como una novela y le brindan al todo un sentido más que circular, espiral, en el que no queda claro cuándo empieza y cuándo termina el gran relato de Calderas, cómo se suceden los hechos de su historia. El autor parece querer encerrarnos, como a sus personajes, en ese sitio tan parecido al infierno para fisgonear sus historias de venganza, locura, crueldad, obsesión; para subyugarnos con la intensidad de sus pasiones. Jorge Valenzuela (autor de la que sea probablemente la única reseña publicada de “Un lugar como este) ha dicho: “Estamos ante un libro que demanda mucha atención. El efecto poético que produce el lenguaje es muy sugerente […]. La narrativa peruana con este libro se enriquece”. Oswaldo Reynoso ha dicho que Arámbulo es “un gran, verdadero artista del lenguaje. Este libro es un suceso que debería alegrarnos a todos”. Ahora toca que los lectores, si tienen suerte y encuentran el volumen, emitan sus propias opiniones.En tres semanas Carlos Arámbulo viajará a Colombia para reunirse con los demás finalistas, y todos serán agasajados durante varios días. El 27 será la premiación. Sea cual sea el resultado, de alguna forma él ya ganó.
Contenido Sugerido
Contenido GEC