Por José Carlos Yrigoyen A principios de los ochenta, entre las calles del tugurizado y decadente centro de Lima, unos cuantos muchachos airados con la mirada fija en la catástrofe que se iba gestando en el horizonte de nuestra historia, y que se calificaban como “delirantes, locos, peligrosos”, fundaron un grupo llamado Kloaka. Abogaban por una sociedad y una sexualidad abiertas y libres. Pero lo más importante es que a través de esas ideas produjeron buena poesía, como puede corroborarlo cualquiera que lea los libros de Roger Santiváñez, Domingo de Ramos, Julio Heredia o Mariela Dreyfus (Lima, 1960). Dreyfus era una de las cabezas visibles del movimiento y a lo largo de los años, con paciencia de orífice, ha ido construyendo una obra personalísima, perfilada por motivos y obsesiones recurrentes y una capacidad para reinventarse y evolucionar sobre sus conquistas muy poco frecuente en nuestro medio. Todo ello puede comprobarse con la lectura de Gravedad, su obra reunida, publicada en Estados Unidos pocos meses atrás.
Influida por la experiencia contestataria de Kloaka, Dreyfus publicó en 1984 su primer poemario, Memorias de Electra, que explora el tema de la búsqueda del deseo “sobre los cuerpos voraces” y bajo el secreto que impone una sociedad petrificada y vigilante. Cierto es que ya antes María Emilia Cornejo y Carmen Ollé habían escrito notables textos al respecto; pero mientras Cornejo lo hacía desde la culpa y el miedo hacia el inédito placer que iba descubriendo, y Ollé a través de una ácida ironía que quebraba las convenciones sobre el cuerpo, Dreyfus encaraba esta circunstancia desde el desafío fresco y adolescente que marcó su época, como revela el poema emblemático del conjunto, “Post coitum”: “Frente al espejo de la entrada/ aliso mis cabellos/ acomodo mis senos/ al lado de mi muchacho tímido/ como siempre en el primer abrazo”.
poesíaGravedad (poemas reunidos)Mariela DreyfusEditorial: Artepoética Páginas: 291Precio: S/ 59,00
Sus dos siguientes títulos, Placer fantasma (1993) y Ónix (2001) están signados por una soledad que se convierte, mientras se ahonda en ella, en camino de la memoria y del conocimiento, hasta ser “una ventana que arroja su música sobre la noche hambrienta”. Escritos desde el destierro, estos poemas son testimonio de una insatisfacción y una incertidumbre que espera, desde el desamor o la enfermedad, ese vallejiano día más grave que no ha llegado todavía. (No es casualidad que ese verso sea uno de los epígrafes de esta suma poética). En Ónix, además, se evidencia una madurez verbal que forja símbolos precisos, a veces luminosos, otros lacerantes, casi siempre encarnados en figuras zoológicas. Toda una fauna puebla el territorio lírico de Dreyfus, compuesta por animales que aparecen en el bosque de su desolación: cuervos, lobos, ciervos y arañas se acercan al yo poético como enviados del temor, la duda y las heridas vitales “que convocan a la fieras”.
Esta tendencia también se hace patente en su libro más afortunado hasta la fecha, Pez (2005), largo poema compuesto en estancias que, página a página, edifican una “ciudad metálica” constantemente aludida en el texto mediante aliteraciones que recuerdan poemas-río centrados en lo urbano, especialmente La ciudad, del chileno Gonzalo Millán, también escrito desde el exilio. Es así como “Madre Manhattan, magnífica guarida multiforme”, mediante estas letanías se metamorfosea en el pez ciclópeo donde la voz poética y su hijo habitan, viajando “a ciegas, entre venas y vísceras”. Pez es, tanto por el trabajo de Dreyfus con el lenguaje —despojado de ornamentos, de una fría belleza— y por su inteligente y audaz estructura, uno de los más altos picos registrados en nuestra poesía reciente.Sus últimos libros —Morir es un arte (2010) y Cuaderno músico (2010)— constituyen interesantes aproximaciones autobiográficas en las que la familia, los amigos y los lugares donde la infancia y adolescencia acontecieron son revisitados desde una nostalgia que, lejos del lamento por todo lo perdido, es plena de matices más alegres y vitales, entablando una conciliación con el pasado y sus habitantes. Gravedad es un tomo orgánico, coherente en más de un sentido, y si bien no todos sus poemas tienen el mismo lustre, eso resulta secundario cuando lo que se proyecta es dejar un testimonio poético en el que la realidad, con sus inexorables caídas de arquitecto, se vea reflejada tal cual es. Ese es el gran logro de Dreyfus, y hay que celebrarlo.