
Con muy parecida redacción, avisos como este se sucedían sin pausa en la Lima de mitad de siglo XX: un “negrito” o un “cholito” ha fugado de la casa de su patrón: se da cuenta de su nombre, edad (generalmente menor de 10 años) y las referencias de la familia que lo “cuida”. Se describen sus rasgos físicos, además de las cicatrices y heridas que evidencian el maltrato sufrido. A quien lo encuentre, se pedía entregarlo a la policía.
“El siglo XIX constituye la isla desconocida de muchos de nuestros males públicos y privados. Allí se construyó una nueva gramática de la desigualdad que se sumó a la colonial”, explica el crítico cultural Marcel Velázquez, autor de “Cuerpos vulnerados” (Taurus), notable ensayo sobre la servidumbre infantil y el anticlericalismo en el Perú. “Es en ese siglo donde se forjarán no solo las estructuras sociales que perdurarán en el s. XX, sino la nueva relación, muy violenta y con mucho desprecio hacia las comunidades racializadas, tanto afrodescendientes como indígenas”, explica el investigador.
—Una historia más íntima—
A la hora de estudiar el complejo siglo XIX, los historiadores locales suelen enfatizar las biografías de los caudillos de la época, el desarrollo de la economía del guano o de nuestra endémica corrupción. Empero, como advierte Velázquez, se desestimó la trama de la vida privada y sus relaciones domésticas de los habitantes. En su libro, el autor se enfoca en estas historias cotidianas para analizar las prácticas de dominación social a partir de la servidumbre infantil. “No se puede entender la historia social del Perú si no estudiamos en profundidad la larga historia de la servidumbre”, enfatiza.
Velázquez analiza el trabajo servil no remunerado, basado en una relación de dominación y desigualdad. Recopilando una década de avisos de niños fugados, desmantela la sublevante institución de “los cholitos”, práctica de servidumbre infantil con antecedentes en la Colonia, pero que crece tras la abolición de la esclavitud a inicios de la República.
“Los avisos de fuga de ‘cholitos’ constituyen un testimonio de resistencia de estos niños contra el destino de la dominación y la servidumbre. El cuerpo del niño indígena se convierte en un objeto de distinción social, era visto como un capital económico”, explica Velázquez, quien recupera imágenes habituales de la época como la que ilustra esta página: la señora pía que marcha a misa con una niña o niño detrás, llevándole la alfombra que ella usará para arrodillarse en el ofertorio. “Se trata de vidas desarraigadas, niños que, mediante la violencia o un ‘trato’ desigual, eran trasladados de su entorno rural a la ciudad de Lima”, explica el estudioso.
Esta tradición de trata infantil y de trabajo esclavo generará diversas formas de violencia. Velázquez da cuenta de ella apoyándose en la prensa de la época, entre ellas, ediciones de mediados de siglo de El Comercio. En su investigación, el autor promedia ocho fugas de niños a la semana, en una Lima de 80.000 habitantes. Los avisos que daban cuenta de ello resultan perturbadores al sugerir la soterrada y normalizada violencia vivida entonces. “Está el caso de una niña afroperuana que huye de la casa del general Ramón Castilla. Este caso muestra las paradojas del discurso público y los comportamientos privados”, advierte el profesor principal de San Marcos. “El archivo histórico de El Comercio resulta una fuente clave para reconstruir esa trama privada, que siempre hemos ocultado y que empezamos recién a vislumbrar”, afirma.
También abundan los casos de crímenes con patrones y siervos en la silla de los acusados. Un caso revelador fue el del adolescente Alejandrino Montes, traído a Lima con su hermana desde Chiquián, en Áncash, para trabajar como servidumbre. Años después, asesinó a los dueños de casa. Para Velázquez, este crimen nos habla no solo de la conflictividad y el resentimiento social, sino también de la empatía del joven para la cultura popular. “Se creó todo un imaginario alrededor de Alejandrino Montes, cuya acción aparece en letras de valses, convirtiéndose en un héroe popular”, afirma el investigador.
Estas tensiones sociales también se reflejarán en ficciones de la época que Velázquez analiza, como “el Padre Orán”, que Narciso Aréstegui publicó en las páginas de El Comercio en 1848, o las obras de Clorinda Matto o de Juana Manuela Gorriti, una clara denuncia al maltrato infantil. “Ficción y realidad se entrelazan y van creando una estructura de sentimientos muy potente. Con el paso del tiempo, fuimos olvidando estas historias porque cuestionaban nuestro presente y nuestra forma de tratarnos entre peruanos. Para la gran mayoría de la sociedad limeña del siglo XIX, la servidumbre infantil era tolerada, aceptada y requerida. Y en alguna medida, se mantiene hasta el presente. Todavía existe ese imaginario del control absoluto sobre el cuerpo más débil para que realice un trabajo en condiciones extremas”, lamenta el autor.
Las denuncias aún vigentes de “Fray K. Bezón”
Como si el tráfico de niños para la servidumbre doméstica no fuera un tema suficientemente complejo, el libro “Cuerpos vulnerados” suma a su investigación los abusos del clero denunciados por la prensa anticlerical de la época, representada en la revista satírica “Fray K. Bezón”, que entre 1907 y 1912 llegó a vender 15 mil ejemplares a la semana. Siendo hoy una revista completamente desterrada de nuestra historia intelectual, en su tiempo fue el paradigma de revista de caricaturas potentes y persuasivas.
“El anticlericalismo forjó nuestra modernidad con la defensa de la libertad de conciencia, el libre pensamiento, la tolerancia religiosa, el matrimonio civil y la defensa de la escuela laica. Sus banderas adquieren una dramática urgencia en estos tiempos de retorno de dogmas y fanatismos”, alerta el investigador sanmarquino.
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