En Perfil de la mujer peruana, Propuesta II, Teresa Burga regresa a la última individual que presentó en el siglo XX y que fue seguida por un hiato de casi dos décadas: Perfil de la mujer peruana. Dicho proyecto, desarrollado junto con la socióloga Marie-France Cathelat, supuso una investigación sobre las mujeres limeñas de clase media entre los 25 y 29 años, y fue expuesto en la galería del Banco Continental entre 1980 y 1981.
Para esta segunda propuesta, Burga actualiza su proyecto y vuelve a producir obras a partir de las ideas y cifras de la investigación inicial, con algunos giros pero manteniendo la aproximación conceptual y estética de la primera propuesta.
La artista recodifica los datos estadísticos mediante distintas estrategias apropiadas al perfil elaborado (se presentan doce), con miras a evocar lógicas distintas. Así, por ejemplo, siete urnas acrílicas que contienen papeletas de colores —una alusión al voto y la simbolización cromática de las posiciones ideológicas— forman el “Perfil político”.
Dos recipientes de vidrio en una vitrina, con agua (bendita) y con sal, a manera de ciertas formas de conceptualismo temprano, abordan el “Perfil religioso” recurriendo a una metáfora muy sintética. Una suerte de rompecabezas con forma de cerebro —“Perfil educativo”—articula lo lúdico (el rompecabezas), lo iconográfico (la silueta del cerebro) y lo matemático (las proporciones de las piezas que aluden a porcentajes), de la mano de una estética informada por el pop (los colores y el carácter gráfico de la obra).
El “Perfil psicológico” parece reproducir diagramas de barras pero, estando hecha de pequeñas mayólicas, la pieza simultáneamente sugiere un juego de mesa y recuerda un muestrario de colores. En el “Perfil antropométrico y fisiológico”, un maniquí antiguo se ubica dentro de una urna de vidrio sobre la que se dibujan la silueta y medidas (estándar) de una mujer: los modelos de belleza, sus adaptaciones comerciales y las realidades biológicas.
Más que hacer un recuento de las estrategias empleadas para cada perfil, sería necesario resaltar la visión precursora de Teresa Burga, quien hace 37 años inició este proyecto para reconocer a la mujer peruana y entender su situación y realidad. Y ello, desde una concepción de lo artístico informada por el conceptualismo, sintonizada con las problemáticas sociales y políticas, y comprometida con la exploración formal.
Ello resulta patente en el “Perfil profesional”, una instalación que se asemeja a un enorme quipu, y el “Perfil laboral”, un gran ábaco en blanco y negro. Estas piezas citan dos modos de contabilidad —dos marcos referenciales distintos— que son abordados de maneras muy diferentes: cierta sensualidad material y cromática en el quipu y la severidad abstracta y monocromática en el ábaco. Asimismo, en “S/T/Perfil de la mujer peruana”, se apuesta por una peculiar traducción: un diseño lineal (que sintetiza gráficamente un útero) es convertido a volumetría, abstrayendo la figura y convirtiéndola en algo inesperado.
Quizá esta sea una clave de la exposición: da lugar a lo inesperado, traduciendo cifras a configuraciones estéticas y convirtiendo una investigación sociológica en un proyecto artístico para abrir sus sentidos, sus alcances y sus posibilidades de lectura y de elaboración reflexiva.
Si hay algo fundamental que tomar en cuenta de este proyecto es el lugar desde el que Burga se expresa política y artísticamente, tanto hoy como en 1980: cuando Teresa Burga lo inició hace casi cuatro décadas, la discusión política se vio dominada por el estallido de la violencia terrorista, que hacía que se pierdan de vista otras formas de violencia como la desigualdad de género. Y la manera en que desarrolló la propuesta fue trabajando en claves artísticas anuladas de la escena limeña (para 1980, el breve experimentalismo de los sesenta casi había sido olvidado), entonces dominada por los formatos tradicionales y la academización de la técnica.
En ese entorno poco receptivo a sus inquietudes creativas y políticas, Teresa Burga escoltó una idea de arte que acogía la investigación, el trabajo colaborativo, la interdisciplinariedad y la experimentación material, técnica y metodológica (claves del arte contemporáneo). Y lo hizo para pensar sobre problemáticas que en su momento no estuvieron en la agenda nacional y que, tristemente, aún hoy siguen irresueltas. Una artista precursora, sin lugar a dudas.