Todos recordamos la frenética violencia de la guerra en el Pacífico que libraron Estados Unidos y Japón en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El inicio de esas acciones tiene una fecha exacta: el 7 de diciembre de 1941, cuando la flota aérea japonesa atacó la base naval norteamericana de Pearl Harbor. Sin embargo, muy pocos recuerdan que ese infernal bombardeo pudo haberse evitado si alguien hubiese seguido la pista que aportó un peruano: el embajador Ricardo Rivera Schreiber.
A comienzos de 1941 el peruano cumplía labores diplomáticas en Japón. Eran días difíciles, complicados, llenos de dudas, rumores y desconfianzas. En ese ambiente, Rivera Schreiber obtuvo una información que pudo haber cambiado el curso de la guerra que protagonizarían Japón y EE.UU. desde ese año.
La historia se dio a conocer recién en 1948. Ese año, Cordel Hull, secretario de Estado norteamericano publicó sus “Memorias” en cuya página 984 justamente mencionaba lo que sucedió con el diplomático nacional. El propio Rivera Schreiber corroboró lo dicho por Cordel Hull al diario El Comercio, el 5 de febrero de 1949, tras su retorno de Europa.
El peruano no trabajó de espía o algo que se pareciera, sino que como miembro del consulado peruano en la ciudad de Yokohama tenía contacto con el jefe de personal doméstico (‘valet’), Felipe Akakawa, quien en setiembre de 1940 contó al peruano que un intérprete del consulado que venía esporádicamente “era un miembro de la policía secreta japonesa”. Se trataba de Yasukisu Suganuma, miembro del Ministerio de Marina de Japón. De esta forma, este agente japonés le reveló al ‘valet’ información valiosa, lo que llegó a oídos del embajador peruano.
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Un día, Akakawa le dio un dato extraordinario a Rivera Schreiber. Le indicó que Japón “iba a la guerra” y que era tan “poderoso que destruiría la escuadra americana“. Lo dijo varias veces, confesó el diplomático a El Comercio.
“Diez días después, volvió a presentarse muy nervioso y me dijo lo mismo y, al preguntarle si la destrucción de la escuadra estadounidense se efectuaría en San Diego (California), me contestó que no, que sería en el centro del Pacífico”, contó el embajador, para quien el hecho era inicialmente una posibilidad.
El peruano no fue tan irresponsable para, solo con ese testimonio, asegurar un hecho tan grave como el que se le anunciaba. Fue la visita de un amigo personal, el profesor Furukido Yoshuda, de la Universidad de Tokio, el que cambió las cosas. Este era un conocido antimilitarista y pacifista, y le aseguró entonces que se venía una “gran desgracia que traería para siempre la ruina de su país”.
Yoshuda le contó que el almirante Isoroku Yamamoto, a la sazón comandante en jefe de la Flota Combinada de la Armada Imperial Japonesa, había trazado un plan para atacar la armada americana en Pearl Harbor y que se estaba llevando a cabo “un simulacro en una de las islas al sur del Japón”.
Aseguró a Rivera Schreiber que Yamamoto preparaba incluso a “aviadores suicidas” y que el plan estaba listo “para entrar en acción sin la menor duda”. El diplomático peruano decidió entonces comunicarse por teléfono con el embajador estadounidense en Japón, Joseph C. Grew. Le pidió una cita, que ocurrió el domingo 26 de enero de 1941.
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La conversación fue dura, fría y directa. El impacto fue total. Grew envió un mensaje urgente al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt. “Mi colega del Perú se ha enterado por varios conductos, inclusive uno japonés, que se está preparando un ataque sorpresa a Pearl Harbor, para el caso de un conflicto entre el Japón y los Estados Unidos”, decía el mensaje de Grew. Al día siguiente, Cordel Hull, secretario de Estado, ya conocía la versión del representante peruano.
Rivera Schreiber contó a El Comercio en 1949 que su intervención solo se redujo a eso. “Naturalmente, no podía ir más allá”, sentenció el funcionario nacional.
“Vino luego la precipitación de los acontecimientos y el 7 de diciembre se produjo -ante el asombro del mundo- el ataque a Pearl Harbor, tal como me lo habían vaticinado mi valet y el profesor Yoshuda”, refirió con pena.
La marina norteamericana consideró esa información como un rumor. Nada más. Los diarios detallaron con asombro las consecuencias de esa desidia. Tras el informe oficial de los hechos, Rivera Schreiber fue homenajeado por el Senado norteamericano en 1945.