Ojos enrojecidos, un temblor asincopado en las manos y una palidez mortal llenando su rostro.
Marie Kondo enloquecería si alguna vez decidiera pisar Lima.
Imaginen a la gurú del orden zambullida en la caótica bienvenida que suele dar la avenida Faucett a quienes arriban por el Jorge Chávez. O atrapada a las 7 p.m. en cualquier intersección de la avenida Javier Prado. O en el cruce de Abancay y Cusco, a metros de Mesa Redonda, en medio de una manifestación.
La estrella de Netflix que por estos días asombra –y desespera– por su meticulosidad en la organización de los hogares, difícilmente soportaría vivir esa confusión permanente que es Lima, nuestro entrañable hogar.
La señora Kondo basa su trabajo en el método Konmari, el cual consiste en desechar y conservar solo lo que se considera imprescindible.
Quizás esa sea la fórmula que necesita la capital para hacer un poco más civilizada nuestra convivencia. Hacerlo, como pregona, podría darnos la ansiada felicidad.
Por lo pronto, hay que desechar la ineficiencia en la gestión. El Comercio reveló esta semana que los limeños perdemos 30 minutos de nuestras vidas todos los días porque los semáforos no están sincronizados.
Y no lo están por una sencilla y, a la vez, absurda razón: tienen 7 protocolos de comunicación distintos. Cada fabricante que gana una licitación para colocar semáforos en una avenida llega con su software en el bolsillo. Sin un código común, no hay manera de regular los tiempos de detención o establecer olas verdes.
Apenas 229 de las 1.250 intersecciones con semáforos están centralizadas. La cereza de esta desagradable torta es que en la Municipalidad de Lima no saben cuántos semáforos existen en la ciudad.
La especialista en políticas públicas y transporte Alexandra Ames sostiene que si los semáforos estuvieran coordinados, podríamos ahorrar unos 30 minutos en cada tramo. Parece poco, pero es tiempo valioso que podríamos usar para descansar, trabajar o hacer lo que se nos cante, en lugar de estar atrapados en inmisericordes y eternas colas, consumidos por el estrés.
Establecer un código común y adecuarlo a cada semáforo es, de acuerdo con los expertos, mucho más barato y práctico que seguir semaforizando sin ton ni son, insuflándole más oxígeno al caos. La nueva gestión de la Municipalidad de Lima ha cogido la idea y ha anunciado que la ejecutará en el corto plazo.
Nuestra ciudad requiere cambios dramáticos, pero algunos de ellos pueden concretarse a partir de acciones relativamente simples. Sincronizar los semáforos es un buen comienzo.
Creo que el discurso de la señora Kondo es muy radical. Los seres humanos necesitamos una cuota de desorden en nuestras vidas. El problema es que los limeños nos lo hemos tomado muy a pecho.