Habla despacio. Suave. Su voz es casi un susurro, como tonadas cortas de una flauta traversa. Mientras desarma cuidadosamente un viejo saxofón que ya no suena bien, Juan Cajahuaringa García recuerda que el primer instrumento que fabricó fue una pequeña trompeta, hace más de medio siglo.
“Comencé a trabajar muy joven en este oficio y todavía tengo energía. Mi vista, mi tacto y mis oídos no tienen problemas. Sin ellos, no podría seguir trabajando”, dice Cajahuaringa, uno de los pocos maestros que arregla instrumentos de viento en el Perú, nacido hace 73 años en Huarochirí.
La mesa principal de su taller, rodeada de estantes llenos de alicates, desarmadores, pinzas y punzones, es un quirófano para saxofones, clarinetes, trompetas, flautas, oboes y fagotes que hacen fila para volver a la vida en las manos del artesano.
“Soy como un doctor de instrumentos musicales. Cada vez que recibo uno en mal estado es algo muy especial. Para mí, es muy estimulante atender a mis clientes, en su mayoría músicos. Sé que debo aplicar todo mi talento para que ese músico pueda seguir con lo suyo. Arreglar, mejorar, afinar. Esa es mi chamba”, señala el maestro, quien pasa casi todo el día en su ambiente de trabajo, en la parte que más quiere de su casa en San Juan de Lurigancho.
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El lutier Juan Cajahuaringa en su taller. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)
Un diploma asoma tímido, apoyado en un pomo, mirando de frente al viejo torno de Cajahuaringa. Es el reconocimiento que la firma musical Yamaha Perú y el Conservatorio Nacional de Música le otorgaron en febrero pasado por su larga trayectoria como fabricante y experto en la refacción de instrumentos.
EL INICIOEn 1958, Juan ingresó a trabajar a una fábrica de instrumentos musicales en Lima cuando apenas tenía 16 años. El dueño le tomó cariño y le enseñó a tocar el saxofón. “Ver a los señores haciendo instrumentos fue un flechazo. A primera vista supe que eso era lo mío”, confiesa Juan.
Jamás olvidará cómo aprovechó una oportunidad dorada que le dio el dueño de la fábrica cuando le encargó el cuidado de uno de los ambientes del local en su ausencia. “Tenía todo para fabricar una trompeta y lo hice. Con eso comprobé que este era mi camino”, evoca.
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El maestro Cajahuaringa es diestro arreglando saxofones averiados o magullados. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)
SIN COMPLEJOSUn par de muletas arrecostadas en uno de los estantes hacen guardia, listas a asistir a este diestro maestro, cuya pierna derecha no tiene la fuerza necesaria para mantenerlo en pie desde que tenía 3 años: un accidente en la chacra familiar le rompió algunos tendones.
“Mis padres me contaban –recuerda Juan– que yo, subido en una roca, intenté sacar unas naranjas de un árbol. Perdí el equilibrio, caí y mi pierna –que quedó atrapada entre esa piedra y otra– soportó todo mi peso. Pero nunca esta dificultad física me ha amilanado. Jamás he sentido vergüenza. Al contrario”. De pronto, el experimentado maestro mira las vetustas paredes, sonríe y comprueba que la memoria puede ser tan seductora como una caricia del ser amado.
“Cuando enamoré a mi mujer le dije lo que hacía para ganarme la vida, ni más ni menos. Fui sincero. Y cuando ella me dijo que iría conmigo aunque fuera a la punta del cerro, supe que sería mi esposa. De vez en cuando le toco el saxo al oído”, dice Juan, quien tras 45 años de matrimonio también recibe el amor de sus cuatro hijos.
SECRETOS DEL OFICIOEl conservatorio, orquestas sinfónicas, bandas de institutos armados, orquestas vernaculares del centro del país, viejos y nuevos grupos de cumbia y bandas de colegio integran su larga lista de clientes. Recuerda mucho sus trabajos con el grupo Guinda y más de una vez curó la trompeta del desaparecido Tito Chicoma y el saxo de Jean Pierre Magnet. Incluso en un momento llegó a tener su propia orquesta.
Cajahuaringa, quien hace 20 años dejó de fabricar porque –asegura– en el país no hay materiales adecuados, cree firmemente que los maestros como él también son artistas. “Para mí la vida es un bolero porque tiene vaivenes, subidas y bajadas que siempre he afrontado abrazado a mi familia”, compara feliz.
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Juan se siente parte de la música. “¿Si no supiera tocar instrumentos, cómo podría arreglarlos?”, dice. (Foto: Luis Silva Nole / El Comercio)
LAS FRASES “Sé que los años no pasan en vano y que en algún momento ya no podré trabajar, pero estoy feliz porque uno de mis hijos aprendió los secretos de mi arte”. ”Nunca me doy por vencido. Jamás doy una batalla por perdida cuando me doy cuenta de que un instrumento puede ser salvado. Así trato de ser en todos los aspectos de la vida”.