Hace 13 años, cuando trabajé como coautor de la estrategia metropolitana de espacios públicos de Londres, tuve la oportunidad de conversar con expertos de diversas especialidades sobre el espacio público. Pude conversar con el urbanista Jan Gehl, el arquitecto Richard Rogers, la paisajista Martha Swartz, entre otros.
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Una de las charlas que más recuerdo fue con el historiador Ken Worpole. Tenía un punto en particular que es altamente relevante para Lima hoy. Ken explicó su oposición a reemplazar el Route Master –el bus típico de Londres de dos pisos – por los buses articulados, como los del Metropolitano. Según él, el Route Master era mejor por varias razones. Para empezar, los pasajeros no se pueden parar en el segundo piso. Como resultado, la experiencia de estar en el bus es más agradable, con espacio y confort. La vista de la ciudad desde el segundo piso es también algo positivo, levantando a los pasajeros arriba de los carteles de las tiendas para que puedan apreciar la arquitectura de la ciudad. Lo más valorado del Route Master es que tuvo un cobrador. Para Worpole, era fundamental que el bus tuviera a alguien que no era el chofer, que sea responsable por la seguridad de los pasajeros.
El bus articulado, en cambio, era en su opinión una “bomba de tiempo”. Se llenaba demasiado, con mucho conflicto entre la entrada y salida de los buses. Los pasajeros tenían que viajar parados, cuerpo contra cuerpo, de una forma en contra de las costumbres y valores culturales establecidos. Así, el nuevo sistema desconfiguró la dignidad del transporte público. De todo lo nombrado, según Worpole, lo más grave era la pérdida del cobrador. El cobrador, en el contexto de un bus verdaderamente público, tenía la responsabilidad de limitar el número de pasajeros, asegurar que las personas cedan el espacio para que otros puedan entrar y salir, o pedir que un pasajero se levante para ceder su asiento a alguien mayor o con discapacidad. Con el bus articulado, se perdió a este personaje y su rol cívico.
La preocupación no solo estaba en el confort de los pasajeros, sino que el contacto (y los empujones inevitables) podrían causar peleas dentro de los buses. Creo que lo mismo aplica en el Metropolitano, que en la hora punta ha llegado a un punto de quiebre. Después de esperar en largas colas para entrar, los pasajeros frustrados empujan con fuerza para subir a los buses. Hay conflictos continuos, con pasajeros gritando a otros.
El anuncio de la Municipalidad de Lima de expandir el servicio 10 km más al norte, con 18 nuevas estaciones, es obviamente positivo. Por otro lado, es necesario preguntar sobre el impacto en la experiencia del usuario y su seguridad. Para ser más eficiente, el Metropolitano está diseñado para no tener un cobrador. Pero creo que es urgente que cada bus cuente con alguien que se encargue de la seguridad y confort de los pasajeros.