MARISOL GRAU
El sol quema en Manchay. Pero eso no impide a Yola, Rosa, Reina o Cirila caminar cuesta arriba hacia el local de Ruwasunchis, organización que trabaja en el asentamiento San Pablo Mirador, donde se llevará a cabo la reunión de Ayllu, una empresa social de mujeres tejedoras. Desafían el calor de febrero, el sopor del verano, que mientras suben el cerro se vuelve más agobiante. Y finalmente llegan y sonrientes muestran sus tejidos, partes de un chaleco o una salida de baño en proceso, mientras comentan sobre el color del hilo utilizado o si ya se les está acabando o no. El sudor en la frente es por el esfuerzo.
Ruwasunchis llegó hace unos nueve años a Manchay, y desde entonces ha trabajado sobre todo con los niños y jóvenes de la zona. La mayoría de tejedoras de Ayllu son las madres de esos pequeños. “Al trabajar con ellas cerramos un círculo, pues para que haya desarrollo tiene que haber también una manera de generar ingresos, si no estás hablando al vacío”, explica Juan Diego Calisto, presidente de Ruwasunchis y socio de Ayllu.
Que el proyecto fuese concebido como empresa social significa que el 85% de las utilidades que generan con la venta de las prendas sirve para atender un fin social. Sin embargo, el mayor flujo de dinero para las tejedoras se produce cuando Ayllu les compra sus productos a un precio justo, que ellas mismas establecen. No, no ha sido fácil en ocasiones ponerse de acuerdo. Pero se ha utilizado una metodología que ha dado resultados: la transparencia.
Son unas 35 mujeres tejedoras de Manchay. No es cuestión de volumen, sino de cumplimiento, compromiso y calidad. Asimismo, solidaridad. Ayllu, significa comunidad en quechua. El empoderamiento consiste también en promover valores. Si las mujeres manchayinas demuestran todo ello, el mercado es suyo.
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