Arístides Varas, de 73 años, iba a morir mientras su jefe y amigo de años, Augusto Ramírez Gudiel, de 76, sahumaba su casa. El pasado 2 de marzo, Ramírez, que es dueño de un consorcio educativo, lo invitó a un ritual de limpieza para empezar bien el año. Lo hacían siempre: incluía un poco de agua florida y ruda.
La casa de Ramírez era una mezcolanza de cábalas de distintos orígenes. Sobre la puerta de ingreso colgaban dos cerámicas del sol y la luna. En el hall se peleaban las imágenes de animales del horóscopo chino con gatos saludadores, un elefante africano con motivo hindú, atrapasueños, animales disecados y pencas de sábila atadas con cintas de colores. No faltaban tampoco los cuadros de Vírgenes Marías, santos y un niño Jesús con atuendo rosado. Si esto no fuera suficiente para atraer la buena fortuna, Ramírez llevaba en la muñeca unas pulseras especiales para eludir el mal de ojo.
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Ramírez y Varas se conocían de hace tiempo. Ambos son docentes y Varas trabajaba desde hace unos 5 años como coordinador en los colegios de Ramírez (tiene 8 sedes en Ate, Santa Anita y Chosica). Varas, según su familia, quería apartarse de la institución, pero Ramírez siempre lo terminaba convenciendo de quedarse.
El 2 de marzo, cuando el profesor fue a la casa de Ramírez, había tres chamanes. Varas conocía a uno de ellos, José Luis Sono Saavedra, un lambayecano que ya les había pasado la ruda a Ramírez y a él en otras oportunidades.
Incluso tenían fotos juntos en las redes sociales. La más antigua data del 18 de febrero del 2016 y muestra el preciso momento de la limpieza. En los días siguientes se fueron a pasear por Chosica, se fotografiaron al lado de un cañón de la plaza y tomaron unas cervezas.
Los chamanes acomodaron sus cosas para el ritual: sacaron sus botellas de agua florida, prendieron velas en la sala y la cocina, sacaron fetos de llamas, animales disecados, calaveras de colores y algunas hierbas, que quemaron en una sartén. Hasta ese momento, nada le hacía sospechar a Varas que lo querían matar.
Ramírez se retiró al segundo piso para encender un par de velas negras en el baño y se puso a sahumar. En ese momento, los chamanes golpearon a Varas con una pata de cabra. La sangre chorreó. Varas pidió auxilio, trató de defenderse, pero los brujos lograron atarlo con cinta de embalaje. Ramírez no volvió a bajar del segundo piso.
Temiendo convertirse en el cordero de un sórdido sacrificio, Varas fingió desmayarse. Los chamanes cayeron en la trampa y lo dejaron en paz. Entonces, el profesor se arrastró, buscó un cuchillo para soltarse. Salió por el techo de la casa y unos vecinos alertaron a las autoridades. Cuando llegaron los agentes de la PNP (la sede de la comisaría queda apenas a 3 cuadras de la casa de Ramírez) encontraron al dueño de casa aún en el baño. Negaba saber lo que había ocurrido. “Estaba rezando”, les dijo.
Los chamanes se habían esfumado y Ramírez, en un inicio, ni siquiera brindó el nombre real de los sujetos que habían atacado al maestro. “Fue un tal William”, dijo.
Ramírez no tenía un solo rasguño. Estaba peinado. Llevaba la camisa dentro del pantalón. Vestía zapatos marrones, una corbata estampada color cobre bien anudada y un saco gris claro. En la muñeca izquierda traía un reloj amarillo encendido y las pulseras protectoras.
Más tarde, ante la fiscalía, Ramírez cambió de versión. Insistió en que había contratado a los brujos para que atrajeran más estudiantes a su colegio, pero que estos habían aprovechado la oportunidad para robarle. Entonces, le habían pegado al profesor. “Los chamanes querían aniquilarme también, llevarse la plata ellos”, aseguró el director. Pero los chamanes no habían sustraído nada de su vivienda.
El pasado martes 5 de marzo, la jueza María Morocho le dio 9 meses de prisión preventiva. Ramírez, tras escuchar la medida, gritó: “¡Varas traidor!”.
–Como si nada–Un grupo de adolescentes se acerca a la reja a curiosear fuera de la casa de Ramírez Gudiel, en cuyo primer piso funciona la oficina central del consorcio San Isidro. En una pared han colgado un letrero ‘alertando’ a los padres de familia de una supuesta campaña de desprestigio en contra de ellos y negando que Ramírez haya querido matar al profesor Varas. “Esta es una institución premiada. No se deje sorprender con falsas noticias”, dice el cartel.
“Estudiaba acá, pero mis papás me cambiaron el año pasado”, cuenta una joven que cursa el tercer año de secundaria. “Adentro había cuernos, animales y calaveritas. Cuando los chicos llegaban tarde, el director les tiraba un cocacho en la cabeza. A dos de mis amigas les cayó golpe”, agrega.
La institución se ha deshecho ya de las cintas que la PNP colocó para proteger la escena del frustrado crimen y atiende ahora casi con normalidad a los padres de familia. César Rojas Núñez, director de la sede ubicada en Vitarte, le asegura a los padres que el proceso de matrícula no se verá afectado. “El señor Ramírez ha sido apartado. Ya no es director. Nada tiene que afectar a los alumnos”, dice.
Añade que se solidariza con el profesor Varas y su familia, aunque acto seguido defiende al ex director. “No es como lo pintan. No es un satánico. Él y su esposa son católicos”, afirma.
–Fugitivos–El profesor Arístides Varas permanece internado en el Hospital de Vitarte. “Hasta ahora no he podido verlo”, dice uno de sus nietos en la urbanización Huascata, de Chaclacayo. Su abuelo fue diagnosticado con dos traumatismos intracraneales y, contusiones en la cabeza y el tórax.
Los chamanes, por su parte, siguen fugados. El teléfono de José Sono Saavedra manda de frente a casilla de voz. No se sabe si sigue en Lima o si volvió a Lambayeque, donde tiene varias denuncias a nivel policial por violencia.
La última queja es del pasado 23 febrero cuando, borracho, destruyó dos mototaxis de su vecina Ida Pravia de Céspedes, de 44 años, en el distrito de Salas. “Al llamarle la atención, se puso atrevido y quiso agredirme. Mi esposo tuvo que ponerse delante de mí”, acusó la mujer.
Además, tiene varias denuncias del 2018 y 2017 por violencia doméstica. El 7 de agosto del año pasado, su conviviente, Ana Maribel Vilcabana de la Cruz, de 30 años, denunció que le había jalado del cabello, tirado al suelo e intentado ahorcarla. Una testigo se acercó a auxiliarla, pero Sono continuaba amenazándola de muerte. “Rompió mi blusa, mi pantalón y gritó que me iba a matar para que no lo siguiera jodiendo”, contó.
Ocho meses antes, cuando la pareja viajaba en un bus de Lima a Chiclayo, Sono le había reventado el labio superior de un puñete luego de que su pareja le reclamara por unos mensajes que habían llegado a su celular. Sono la trató de “basura” para abajo. “Me arrepiento de haberme metido contigo“, le dijo. Los pasajeros del bus tuvieron que protegerla.