Juan Antonio Enríquez García deberá pasar el resto de su vida en una prisión. Es lo menos que merece después de la monstruosidad que cometió con una pequeña de tres años, a la que mantuvo atada de los pies con cinta de embalaje por 15 horas, tiempo que aprovechó para violarla. ¡Tenía tan solo tres añitos! ¡Mil veces canalla!
La desgracia del Perú es que esto volverá a pasar tarde o temprano. Es más, mientras la sociedad se indigna por el caso de esta menor en Chiclayo, cuántas otras niñas y mujeres son las nuevas víctimas de estos abusadores. Volverá a pasar y solo estamos esperando que ocurra para escandalizarnos una vez más y para pedirles a los que nos gobiernan que hagan algo, y ellos –ahí van de nuevo– prometerán hacer todos sus esfuerzos para que ni una niña más sea tocada. Volverá a pasar y lo sabemos.
¿Qué hacer con los pedófilos? ¿Qué hacer para contenerlos, antes de que cometan una locura? Ese es el problema de fondo que tantos presidentes y tantas ministras de la Mujer han visto de reojo.
La pedofilia es la atracción sexual de un adulto hacia menores. El término apareció 1890, en los estudios sobre psicopatías sexuales del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing. Varios manuales de la especialidad la definen como un trastorno que desboca en una desviación o perversión sexual muy dañina. En Perú, los actos pedófilos son delitos que se pagan hasta con cadena perpetua, pero este no es solo un asunto legal, sino también socioeducativo y de salud mental. Podemos seguir llenando nuestras cárceles de pedófilos y eso no solucionará nada.
El presidente Pedro Castillo visitó a la niña en el hospital de Chiclayo donde se encuentra internada y les ofreció a sus padres “acelerar un poco los trámites”. No estoy seguro de si este acto del más alto nivel de Gobierno sea correcto o no, pero sí tengo certeza de otra cosa: es un gesto inútil. Tantos presidentes y tantas ministras de la Mujer de los últimos 20 años se han indignado por casos como estos y no dejaron más que palabras flotando en el viento.
Señor presidente, señora ministra de la Mujer: ¿Cuántos pedófilos han pasado por los consultorios psicológicos y psiquiátricos del Estado para darles algún tipo de consejería, terapia o tratamiento antes de que violen a un niño? ¿Cuántos pedófilos, diagnosticados por sus especialistas, están bajo control y vigilancia del Estado? ¿Existe eso en el Perú?
En todo el 2021 la cifra de pedófilos tratados en hospitales o centros comunitarios es insignificante. De las más de 5 millones de atenciones realizadas a pacientes con problemas de salud mental en general, solo 53 fueron por casos de pedofilia, según los registros del Minsa. En Chiclayo –tremenda paradoja– ninguna persona con este trastorno fue tratada el año pasado.
En un país donde cada dos horas una niña es violada, ¿solo estamos esperando que estos hombres cometan sus crímenes para aplicarles el artículo 173 del Código Penal? Y eso si es que la policía logra enmarrocarlos, porque –seamos francos– la mayoría de estos criminales siguen sueltos, disfrazados de padres, de tíos, de vecinos, de amigos, de sacerdotes, de profesores, de taxistas, de periodistas.
Señor presidente, señora ministra de la Mujer, dígannos algo más, algo que no sepamos, porque la gente ya está harta de visitas de consuelo y de declaraciones a la prensa. El Estado también es responsable de cada violación. No deberían estar durmiendo tan tranquilos.
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