Un hilillo de esperanza se enciende al ver a don Valerio Santa Cruz, un nonagenario de pulmones invencibles, abandonar el hospital Dos de Mayo entre aplausos, luego de permanecer 19 días batallando contra el COVID-19.
El virus, ese maldito virus, no pudo con él.
Mientras sonreímos y vemos a este viejo de acero disfrutando otra vez de la vida, agradeciéndole con la mirada a los bravos médicos y enfermeras que pelearon a su lado, las imágenes de un cadáver arrastrado como un costal, los reclamos de los bomberos por implementos de seguridad, la desesperación de los empleados de limpieza de los hospitales COVID o las cifras de muertos que crecen sin descanso, vuelven a apurar la ansiedad, le dan oxígeno a la impotencia.
Ahora que ha sido descubierto el plan de unos congresistas populistas para quedarse unos añitos más en sus curules, bajo el pretexto de la pandemia, debemos volver la mirada a nuestro alrededor y rescatar el valor de nuestro voto.
El descalabro de la sanidad pública que hoy empieza a engullirse a los pacientes del virus es producto de décadas de abandono, mil y una promesas incumplidas y dinero, muchísimo dinero, que se quedó en bolsillos sin fondo en lugar de convertirse en hospitales, mascarillas, delantales, botas, ventiladores mecánicos, balones de oxígeno y mejores sueldos para los médicos y el personal de enfermería.
Quien reemplace al señor Vizcarra el 28 de julio del 2021 debe ser una persona comprometida con ofrecer un sistema de salud público moderno, sostenible y que sirva a todos sin igual. No podemos exigir menos.