La vacuna contra el COVID-19 es la obsesión del mundo. No hace falta explicar las razones. Por eso es necesario tener cuidado al referirse a ella. En principio porque más allá del optimismo de ciertos científicos y fabricantes, ninguna está terminada y nadie puede asegurar si funcionarán. ¿Y la rusa? Es tan escasa la información puesta a disposición de la comunidad científica, que las certezas sobre su efectividad escasean.
Esa es la triste realidad. Por eso nadie puede establecer con exactitud cuándo estará a disposición una vacuna que funcione.
Ayer, sin embargo, el presidente Vizcarra mostró hasta un cronograma sobre el arribo de la misma, una ligereza mayúscula que debió evitar.
Durante su conferencia de prensa, el señor Vizcarra mencionó las gestiones que realiza el Gobierno para adquirir con rapidez las vacunas que se fabriquen, los esfuerzos en marcha para que nuestro país pueda participar en los ensayos clínicos y reducir los trámites burocráticos.
De lo que no habló fue sobre qué va a pasar con el país mientras llega la sustancia salvadora. Mejor dicho, volvió a pedir responsabilidad, evitar las reuniones, usar bien la mascarilla y mantener la distancia social, pero de la estrategia para controlar la pandemia dijo poco o nada. Mucho menos de alguna acción para asegurar el abastecimiento de oxígeno o la mejora de la atención primaria. Tampoco dio una explicación sobre por qué no se aplica, al menos de manera focalizada, una política de test, rastreo y aislamiento.
En otras palabras, el mensaje del señor Vizcarra fue que mientras no haya vacuna, tenemos que aguantar nomás.