Como la historia suele contarse desde el punto de vista de los vencedores, el Museo del Quai Branly de París ha decidido revisitar la conquista de Perú a través del diálogo artístico e histórico de dos figuras emblemáticas: el conquistador extremeño Francisco Pizarro y el soberano inca Atahualpa.“El aforismo es particularmente justo en el caso de la conquista de Perú. La 'verdadera' historia de la Conquista no existe y se reconstruye en cada tentativa de relectura”, explica Paz Núñez-Reguéiro, comisaria de la exposición “El inca y el conquistador”.La muestra, que puede visitarse hasta el próximo 20 de septiembre, entrelaza las biografías del inca y el conquistador a través de 120 obras precolombinas e hispánicas como libros castellanos de la época, orfebrería, tapices, cerámicas y armas de época.La fecha clave del encuentro entre españoles e incas fue el 16 de noviembre de 1532, el día en el que Pizarro y Atahualpa se reunieron en Cajamarca, cuyo nombre en quechua significa “pueblo de espinas”.Hasta la gran ciudad de la sierra norte del Perú había llegado Pizarro a trompicones. Extremeño de origen humilde que había ascendido en los rangos castrenses de la España de Carlos V, embarcó en Sevilla rumbo a América en 1502, y se unió a expediciones de otros conquistadores extremeños como Alonso de Ojeda o Vasco Núñez de Balboa.Se lanzó a la conquista definitiva de Perú en enero de 1531. Partiendo a pie desde el norte del país, los españoles iban ganando metros mientras despachaban a embajadores incas que les agasajaban con fruta, llamas, telas oro, plata, mujeres y sirvientes y a quienes los conquistadores consideraban espías, resumen los organizadores de la muestra.Atahualpa, por su parte, había logrado imponerse como soberano en una cruenta guerra civil inca ante la falta de heredero para el imperio, y ejercía de regidor y de figura religiosa central.Finalmente, el conquistador citó a Atahualpa en Cajamarca, una importante ciudad inca a 2.700 metros de altitud. Siguiendo el ejemplo de Hernán Cortés en México, Pizarro esperaba tenderle una emboscada para capturarle, pero este llegó acompañado por miles de hombres y con intención de dialogar.Fue el cura dominico Vicente de Valverde quien fue al encuentro de Atahualpa para pedirle que se sometiera al rey de España y a la fe cristiana, según la versión española que recupera el Museo del Quai Branly.Exasperado, el soberano inca lanzó al suelo la Biblia que llevaba el monje, mientras que la versión inca sostiene que fueron los españoles los que ofendieron a los indígenas al rechazar la bebida que se les ofreció.El caso es que la ofensa suponía un “motivo legítimo” para que Pizarro lanzara su ataque, capturase a Atahualpa y obligara a los indígenas a batirse en retirada. Todo ello con solo 168 hombres a su mando.“La trampa de Cajamarca suele presentarse como el mejor ejemplo de la increíble audacia de los conquistadores. Sobre todo prueba que pilló por sorpresa a los dignatarios incas, que (...) tenían una mentalidad diferente y (...) no eran capaces de imaginar el sacrilegio que se produciría”, agregan la comisaria de la exposición.Atahualpa, cautivo durante 8 meses, ofreció llenar una habitación del palacio de Cajamarca de oro y otras dos de plata si era liberado. Pizarro aceptó, con la condición de que el tesoro estuviera reservado a los 168 hombres que le habían acompañado en la exposición, y que se repartieron 4,5 toneladas de oro y 9 de plata.Sin embargo, los españoles no cumplieron su parte del trato, acusaron de traición al semidiós inca y le condenaron a morir en el garrote vil el 26 de julio de 1531.“En el momento de la ejecución de Atahualpa, todos los indígenas reunidos en la plaza se postraron y se derrumbaron, embriagados de dolor”, escribió Pedro Pizarro, primo del conquistador de Perú, sobre un evento que marcó “el inicio de la conquista efectiva del imperio inca por parte de los españoles y de la lucha armada contra sus opositores”, explican los organizadores de la muestra.Pizarro, por su parte, sometió al imperio inca, llegó a gobernador de Nueva Castilla y murió asesinado como consecuencia de las luchas cainitas entre los conquistadores en 1941, con más de 60 años.Su figura aún es controvertida en Perú, donde en 2004 se retiró de la Plaza de Armas de Lima una estatua del conquistador erigida en 1935.
“Podrán retirarla de ahí, pero nunca de la historia”, sostiene el historiador peruano José Antonio del Busto Duthurburu, especialista del imperio inca, un “mosaico étnico y lingüístico que cubría un espacio geográfico fragmentado de cerca de 4.000 kilómetros de largo”.Imágenes de recurso de la exposición “El inca y el conquistador” en el Museo del Quai Branly de París.