“Draftsmen’s Congress” (“Congreso de los dibujantes”), del artista polaco Pawel Althamer, se basa en una premisa en extremo sencilla: la creación visual corre por cuenta del público. Para ello, el artista ‘cede’ una sala del museo para el despliegue creativo del público, poniendo a su disposición materiales artísticos tradicionales como pinturas, tizas, brochas, pinceles, paletas, etc., con los que puede pintar sobre las paredes, techo y piso de la sala lo que su imaginación le dicte.
La idea del “Congreso…” es organizar un encuentro entre personas en el que las imágenes –y no las palabras– sean el principal medio de intercambio. Como en las iteraciones previas del proyecto (originalmente lanzado en la séptima edición de la Bienal de Berlín del 2012, y luego reeditado en ciudades como Nueva York, Turín, Beijing y Estambul), aquí se apuesta por las dinámicas participativas (lo que se suele llamar “estética relacional”) y, al hacerlo, se pone sobre el tapete la cuestión del público.
En lo visual, la obra cambia constantemente: las imágenes se superponen unas a otras, siendo borradas y alteradas con la misma facilidad con la que son creadas. Por ende, ninguna imagen en sí misma importa particularmente. Más que el soporte para un cuadro perdurable, las paredes de la sala son el terreno para un despliegue expresivo relativamente espontáneo, cuyos resultados pueden ser vistos, indistintamente, como homenaje a la libertad de expresión, un divertimento grafitero o unas pintas hipertrofiadas de un baño público.
Si los dibujos del “Congreso de los dibujantes” tienen interés anecdótico es porque la imagen que realmente importa es la del público interviniendo el espacio. Por ello resulta tan importante la serie de visitas con distintos colectivos (estudiantes, niños, personas discapacitadas, etc.) que se organizan en el contexto de la muestra. La cuestión fundamental en esta propuesta (especialmente en una ciudad como Lima) es el carácter colectivo y participativo de la cultura.
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Ciertamente, la exposición ofrece al público la posibilidad de participar en la creación artística, debilitando en cierto modo la distinción entre productor y receptor cultural. Pero MATE es un museo privado y la visita es con previo pago, lo que limita el acceso a participar (sin mencionar que dicha participación está acotada por el artista, en quien recae la autoría de la obra sin asomo de duda). Pero estos ‘impasses’ –recurrentes en la estética relacional– precisan los temas del debate de este “Congreso”: ¿compartimos un sentido público del arte? ¿Qué público se interesa por el arte? ¿Qué alcance tienen las instituciones culturales? ¿Qué rol tiene el aparato público en el arte?
Incluso los despliegues más atrevidos sobre las paredes del museo presuponen el encuentro entre anfitrión e invitado en la disposición a participar. En ese sentido, la pregunta que subyace a esta obra colaborativamente producida es por la cultura como un derecho. Dado que todo derecho requiere de las condiciones para ser ejercido, la pregunta que me hago a partir de este congreso es: ¿qué condiciones hemos habilitado como comunidad, como ciudad, como país?
DÓNDE Y CUÁNDOMuseo Mario Testino-MATE (Av. Pedro de Osma 409, BarrancoHasta el 28 de febrero. Martes a domingo de 10 a.m. a 7 p.m.