Un sujeto inerte descansa al centro de la escena sombría, mientras una desordenada multitud lo rodea. En la sobrecogedora representación de un velatorio, se percibe tristeza e ira. La inspiración del cuadro de Alejandro Hernández es muy real: Piero Ojeda, su compañero de secundaria, murió junto a su hijo en un absurdo accidente de carretera. A inicios de año, un bus interprovincial cayó al abismo de Pasamayo y se llevó consigo las vidas de 50 personas.
“(No) tengo boca y debo gritar”, muestra que inaugura en la galería Cecilia González Arte Contemporáneo, nace de su indignación ante el escándalo de la muerte. El artista se pregunta por qué murió su amigo, va jalando la madeja y advierte que la respuesta no se halla en la desafortunada elección de un bus o la ausencia de cerco al borde de la pista. El verdadero asesino es nuestro desastroso sistema de transporte. “Murió porque pasar por alto la vida de los demás es parte de nuestra cultura”, me explica.
CIUDAD DE MONSTRUOSCada uno de los diez cuadros en gran formato expuestos hace adivinar una experiencia personal. La imagen de una jauría que se abalanza sobre el espectador, por ejemplo, puede vincularse con sus años escolares en el Colegio Nacional de Varones Hermano Anselmo María. “¡Mas jauría que eso, imposible!”, confiesa Hernández.
En efecto, es allí donde se forma (¿deforma?) la masculinidad. Todos pelean por ser el más fuerte, el más rudo, quien más destaca. Quien no calce en el modelo será el 'lorna', el más débil. La pelea de perros se replicará luego en otros escenarios: enfrentamientos de barras bravas, juzgados y jueces corruptos, marchas indignadas en las calles de Lima.
“Cada obra responde a un suceso en particular”, explica el artista. Como señala el título de la muestra, sus pinturas nacen de la urgencia por querer levantar la voz, preguntándose a la vez si el arte conserva hoy la capacidad de comunicar la indignación social. Hernández no cree en sugerencias ni abstracciones conceptuales. A él le interesan los mensajes claros, quiere ver el rostro del espectador que entiende la imagen que tiene al frente. Por eso reprueba la actitud del artista que evita comerse el pleito, que busca ser políticamente correcto. Él apuesta por recuperar el sentido transgresor de su oficio.
“Ahora está de moda ser apolítico para que la obra pueda trascender. Para mí, la idea es valorar el arte como una herramienta reveladora de verdades. Me interesa que el arte promueva el debate de la violencia, la desolación, la muerte en el país. Mi pintura intenta recordarnos que vivimos en un mundo horrible e invita a preguntarnos por qué lo es”, explica.
Así, como los creara José Tola en los años ochenta, los monstruos de Hernández vuelven a dar cuenta del momento político en el que vivimos. “Soy del Centro de Lima –advierte el artista–. Gran parte de mi percepción de la realidad tiene que ver con la violencia constante, la tugurización, el fracaso de la promesa de ciudad”.
Para el pintor, egresado con el primer puesto de la promoción 2010 de la Facultad de Arte de la Católica, la construcción del monstruo viene de cómo la ciudad nos enseña a ver al otro como alguien a quien temer. “Los monstruos son un reflejo de mi miedo a la ciudad”, afirma.
Y, sin embargo, al final de la muestra aparece la imagen de un gallinazo poderoso, vestido de ángel arcabucero, que acaba con el monstruo del caos urbano. ¿Es que, pese a todo, hay esperanza?
“Hay que insistir en la esperanza –enfatiza el pintor–. Solo así podemos creer que es posible aspirar a una sociedad mejor, aunque suene romántico o idealista”, añade.
MÁS INFORMACIÓNLugar: Cecilia González Arte Contemporáneo. Dirección: Av. Sáenz Peña 214, Barranco. Horario: de lun. a vier., de 11 a.m. a 7 p.m. Sáb. de 11 a.m. a 5 p.m. Hasta el 10 de enero.