Puede que no haya imagen más divertida en el mundo del arte que la de decenas de expertos con gesto adusto reflexionando frente a un urinario. La escena tuvo lugar en 1917. El artífice fue Marcel Duchamp y las víctimas los miembros de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York, quienes se enfrascaron en un debate sobre si debían aceptar en su exposición su curiosa obra de arte: un mingitorio que Duchamp inclinó un poco, firmó con el seudónimo R. Mutt, y bautizó como “Fountain” (fuente).
La pieza, finalmente, fue rechazada. Pero trasciende hasta la actualidad como símbolo de una jugada que puso en jaque el concepto de arte y de vanguardia. ¿Puede cualquier objeto alcanzar ese estatus según el contexto que se le dé? ¿O lo que hizo Duchamp fue solo una gran tomadura de pelo que ha durado más de 100 años?
Hoy, un siglo después, los círculos artísticos discuten otra jugarreta que los ha dejado desarmados: el artífice es el enigmático Banksy y las víctimas fueron todos los asistentes a la subasta de una de sus obras más famosas, “Girl with Balloon”, que después de ser comprada por US$1,4 millones se “autodestruyó” pasando por una trituradora escondida en la parte inferior de su marco. Los rostros de desconcierto de los asistentes son impagables y quedaron inmortalizados en video. Un viral instantáneo.
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Bromas artísticas de este tipo ha habido varias. En los años 70, por ejemplo, Harvey Stromberg colocó secretamente en varias instalaciones del MOMA de Nueva York pegatinas que simulaban cerraduras o interruptores, sin que nadie se percatara de ello durante años. Y es memorable también el caso de Nat Tate, el artista de culto inventado por William Boyd, Gore Vidal y David Bowie, cuya falsa autobiografía fue presentada en 1998 con una gran fiesta a la que asistió buena parte de la élite artística neoyorquina. Un desfile de apariencias que dejó a más de uno en ridículo.
En cuanto a la destrucción, Banksy tampoco es un pionero. El alemán Gustav Metzger adquirió gran fama en la década de los 60 con una serie de obras de diversos materiales y soportes que posteriormente destruía con fuego o ácidos. La noción de daño y aniquilación, así como el carácter efímero de sus creaciones, definieron su trabajo e influyeron a varios otros artistas.
¿AUTENTICIDAD O IMPOSTURA?La autodestrucción orquestada por Banksy no ha tardado en generar reacciones. Esquivo y misterioso como siempre, él solo publicó un video en el que explicaba que había instalado la máquina trituradora hace años. Ante las suspicacias de una posible coordinación con la casa de subastas Sotheby’s, esta negó haber tenido información de lo que ocurriría.
Para el curador de arte Max Hernández Calvo es casi seguro que la obra triturada aumentará su valor después de esto. “Puede haber subido de precio al convertirse en una pieza ligada una acción específica, nueva y única en el mundo del arte. Y eso tiene que ver con cómo funciona el mercado del arte y el capitalismo en general, que es capaz de absorberlo todo, incluso las críticas, y convertirlas en mercancía”, señala. Es decir, una performance que pretendía ironizar sobre la mercantilización del arte devorada por esa misma mercantilización.
Más escéptico es el también curador Gustavo Buntinx, para quien la acción de Banksy parece una puesta en escena orquestada al detalle. “A mí me parece un juego infantil y narcisista –afirma–. Porque al enunciar una sonora carcajada sobre el mercado del arte, en realidad lo que Banksy hace, y él lo sabe muy bien, es insertarse mejor y en un lugar más privilegiado dentro de ese mercado”.
En todo caso, si hay algo que reconocerle a Banksy es su capacidad para avivar la discusión y, más aún, hacerlo desde el anonimato en tiempos de egos desbordados. Esta última ocurrencia todavía deja algunas preguntas: ¿cómo es que Sotheby’s no detectó la máquina trituradora instalada en la obra? ¿Estaba planeado que solo destruyera la mitad de la pieza? ¿Cuál es la situación del comprador? La acción parece tener todavía algunas partes incompletas, como si mañana o más tarde fuera a dar otro giro inesperado. A la manera de esas obras que se quedan sin rematar.